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Las vicisitudes de la Gioconda

La Gioconda ha tenido una vida llena de vicisitudes desde que Leonardo da Vinci la llevó a Francia; la pintura le acompañó hasta el final de sus días en el castillo de Clos-Lucé y después pasó a ser propiedad del rey Francisco I. A partir de entonces, la existencia de la obra está marcada por el peregrinaje y las peripecias. Estuvo temporalmente en los palacios de Fontainebleau y Versalles, luego fue depositada en el Louvre cuando se convirtió en museo a finales del siglo XVIII. Napoleón encaprichado por el retrato de Lisa Gherardini o Gioconda, se lo llevó a sus estancias privadas, en el Palais des Tuileries, para devolverlo pocos años después al Louvre donde por fin la pintura encontraría su definitivo asentamiento. Hasta ese momento el cuadro tuvo un recorrido avalado por el alto respeto y la admiración que siempre ha despertado, custodiada en todo momento por el Estado Francés, aunque durante el pasado siglo XX, fue objeto de ataques y agresiones. En 1911, fue robada del Museo del Louvre por un personaje cercano a la institución, el italiano Vincenzo Peruggia, con la disculpa, no del todo verdadera, de que la obra tenía que estar en su lugar de nacimiento. El robo despertó una gran atención en todo el mundo y en el proceso de investigación sobre su desaparición se vieron envueltos, sin tener nada que ver, Picasso y Apollinaire. Resuelto el episodio, dos años más tarde, la Gioconda volvió al Louvre.

Esta obra universal por excelencia ha dado lugar a encendidas teorías e investigaciones, por el hermetismo que encierra en sí misma, por la expresión del rostro y la prodigiosa técnica: el sfumato y sobre todo por la indescifrable sonrisa o no sonrisa. Pero ha sufrido demasiadas agresiones. Después del robo novelesco, fue acuchillada, dañada y restaurada. En 1956, la apedrearon y en 1974 le arrojaron pintura roja cuando se encontraba expuesta temporalmente en el Museo Nacional de Tokyo. En 2009, una mujer descontenta con su suerte, le arrojó una taza de cerámica. En 2022 un hombre de similares padecimientos, le lanzó una tarta de crema. Y este 28 de enero fue de nuevo atacada y rociada en el marco con sopa de calabaza por dos delincuentes incapaces de soportar la belleza y el talento en todas sus dimensiones. La pintura se salvó, una vez más, de la saña de sus agresores al estar protegida con cristal blindado . 

La Mona Lisa es una obra mítica y como tal ha despertado emociones y proporcionado inolvidables momentos a sus contempladores; algunos han sufrido el síndrome de Stendhal, otros se han visto arrastrados por el entusiasmo y la exaltación hasta límites insospechados. Si bien, a pesar de la magia que desprende y del variante gesto de su sonrisa, de su mirada insondable desde hace más de cinco siglos, el retrato de Lisa Gherardini molesta a los necios malhechores. 

Una importante cantidad de obras de grandes artistas han padecido la ira de sus asaltantes y fueron atacadas o golpeadas; entre tantas, cabe recordar “Mujer en sofá rojo” de Picasso (Museo de Menil, Houston), “ La piedad” de Miguel Ängel (Ciudad del Vaticano) o “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix (Museo del Louvre). En 2007, una enfervorizada artista oriental estampó un beso de rojo carmín en uno de los lienzos de Cy Twombly, en la Fundación Lambert de Avignon y en los últimos meses la lista de obras de arte que fueron objeto de vandalismo se ha intensificado. En 2022, dos mujeres de una organización fantasma arrojaron botes de sopa a “Los girasoles” de Van Gogh, de la colección permanente de la National Gallery de Londres y en fechas cercanas se produjeron ataques similares a otra pintura del mismo autor: “Melocotoneros en flor” (Courtauld Gallery, Londres). En Madrid, a finales de ese mismo año, dos activistas hincaron sus manos manchadas de pegamento en los marcos de “La maja desnuda” y “La maja vestida”, de Goya, en el Museo del Prado. Lamentablemente, actos violentos de este calibre se vienen repitiendo con demasiada frecuencia y quienes los perpetran demuestran sufrir alguna patología, trastorno psicológico o un insano deseo de notoriedad.