Las ganas de independencia basadas en la identidad pueden despertar aspiraciones legítimas. De todos modos, presenciar la ruptura de regiones en busca de autonomía me genera tristeza.
La historia ya nos ha demostrado que estos deseos desencadenan conflictos y guerras que se nutren por la pasión de conservar una única identidad.
En este caso mi corazón late al ritmo madrileño, mi paz está en Galicia, mi lealtad se inclina a la calidez de España, y reconozco que mi sentido de compasión abarca Europa entera.
Podría desarrollar un sentimiento exclusivo hacia Madrid por ser mi tierra natal, proclamado por el deseo de la independencia y generar un sentimiento exagerado de patriotismo, clasista y simplista; entiendo que esto sería ridículo para empezar y no contribuiría a la cohesión porque nuestra identidad se construye sobre la unidad.
Desde el norte hasta el sur, del este al oeste, conformamos España y en ello encontramos nuestra mayor fortaleza.
Quiero aclarar que mi intención no es generar un sentimiento nacionalista excluyente y primitivo que gire en torno a España, es insistir en cuánto lamento presenciar que vivimos en la época de las divisiones. Si bien es esencial tener empatía por otras comunidades en el mundo, no debemos olvidar la importancia de nuestra conexión colectiva.
