Al hilo de las tablas

Reglamentos

Todo lo grandioso es altamente complejo. La tauromaquia, por ventura, es un complejo entramado, que va desde los sentimientos profundos como es el miedo, hasta los detalles más superficiales del vivir diario. Una complejidad que encuentra su causa tanto en el desarrollo, crecimiento y vivencia de sus cuestiones exclusivamente específicas; como lo intensamente relacionada que está, con todo el entorno social y político. 

El mundo del toro se retroalimenta en varios ámbitos, que son tan necesarios como, a veces molesto, entre ellos. Principalmente el sistema artístico y organizativo y el público, que compra las entradas en taquilla, son las dos caras de una misma moneda. Asimismo, es tan importante para el bien de la fiesta, como incómodo para el sistema, la presencia del aficionado. El aficionado pertenece a un sector minoritario que sale de entre el público, cuyos deseos van mucho más allá de ejercer de simple espectador.  

El aficionado quiere tomar parte- y de hecho lo hace- en el desarrollo de la fiesta desde ámbitos no profesionales, pero si constantemente activos; bien sea toreando en el campo o en espectáculos populares, organizando actos culturales entorno a la fiesta, auspiciando nuevos valores en el toreo o promoviendo nuevas ideas que auguren buen porvenir a la Fiesta.  Enseguida se nota la abundancia o falta de afición en quienes andan por los caminos del toreo, pertenezcan al sector que sea. 

Y todo esto, como ya se ha apuntado, total y absolutamente relacionado con la sociedad, en la que vive en cada momento: y siendo afectado por sus circunstancias, inquietudes y aspiraciones. Cuyas inclinaciones políticas influyen de desigual manera y en contadas ocasiones, es para beneficiarla. Pues cada vez que desde la jurisdicción política, se escucha la palabra reglamento, sabemos que hemos de ponernos el uniforme de batalla, intentando que no perder la discreta presencia que tenemos y lo cuestionablemente restados que somos. 

El problema de los reglamentos es que quieren asentar sus legítimos y necesarios reales en una realidad multiforme, con distintos intereses. Por un lado, está la tendencia autorreguladora por parte del sistema; por otro la garantía de seguridad y salvaguarda del espectáculo del público; así mismo confluye el interés de la integridad del toro y la defensa de la liturgia de la tauromaquia, que busca el aficionado. A todo ello se suma el interés recaudatorio a costa de la fiesta, por parte de todos los estamentos circundantes, que aportan algún servicio- algunos sólo sobre el papel- al entramado taurino.  Rematando semejante laberinto, nos encontramos con la gran maraña burocrática, con la  que tantas veces se estrangula a la Fiesta,  en ámbitos más vulnerables poblacionalmente, cuyos presupuestos quedan temblando, tras sus días capeas y alguna novillada o festival sin picadores. 

En estos días los aficionados temblamos, en el compás de espera de la redacción definitiva de los reglamentos taurinos de las comunidades autónomas. Temblamos con el temor de que se nos reste capacidad organizativa por el incremento de costes, en partidas  para sectores, que nada aportan  a la Fiesta, si no que sólo meten cuchara en una tarta a la que nunca dieron- ni darán- un triste grano de azúcar. 

La redacción de reglamentos no puede ser un río revuelto al que llegan a pescar con impune descaro, quienes jamás lo limpiaron. Si no, por el contrario, ha de ser la confluencia desde el sentido común, de todos los intereses y sensibilidades que permitan que nuestra Fiesta, ponga de relieve la gran fuerza antropológica y cultural, que tantos valores aportó a nuestra sociedad, por generaciones. Y esto sólo se puede hacer legislando para que el torero sea respetado y atendido en caso de percances, el toro salga íntegro a la plaza y el ganadero  sea dignificado;  la liturgia del toreo sea custodiada, el público incentivado a la hora de ofrecérsele un espectáculo decoroso  y el aficionado tenido en cuenta y no ninguneado por unos y otros, que a menudo no quieren que exista. Así mismo se ha de legislar con la búsqueda de que el sistema organizativo pueda seguir asentándose en planteamientos empresariales solventes y en crecimiento, abandonando los márgenes de la picaresca, donde tantas veces se les ha confinado. 

Finalmente afirmo, que ojalá, en lugar de temblar ante la llegada de nuevos reglamentos, podamos soñar con una nueva confluencia del cumplimiento de obligaciones y garantía de derechos, por parte de todos.

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