¿Qué nos sucede?

Margarita Arroyo
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¿Qué nos sucede? Me pregunto cuál es la razón que nos lleva a asumir consignas y proyectos nos favorezcan o no. Evidentemente, en este tiempo de prisas, de palabras escritas a medias, de vocabulario que se va empobreciendo y falta de hábito de reflexión, es más fácil sumarse a una idea ya elaborada que nos presentan como deseable, que pararnos a analizar si es lo que realmente nos conviene o nos es útil. Esta adocenación me parece preocupante porque nos lleva a una sociedad fácilmente manipulable ya que la extensión en alza de esta tendencia, goza de muy buena salud. Sé que es exagerado, pero con este tema me viene a la mente aquella escalofriante y despreciativa frase atribuida a Stalin: “A veces el pueblo no es más que un buey ciego y sordo al que se puede llevar con un ronzal a donde se quiera.” Y está clara la traducción de “ronzal” por “consigna”. Lo más preocupante es que con cierta frecuencia es cierto y gobiernos de uno y otro signo de todos los países, lo han practicado y siguen haciéndolo en general con apreciables réditos. No niego que es evidente el hecho de que analizar conlleva tiempo y esfuerzo, pero es imprescindible para que el ser humano tenga un mínimo de autonomía mental con todo lo que ello representa.  

Aunque muy alejado de lo que acabo de exponer, pero quizá relacionado con ello, hay algo que no acabo de entender: el cambio de nombre de dos de las profesiones más carismáticas y apreciadas. Decía mi madre, mujer de gran sentido común, que, con todo respeto a todas las profesiones, los dos pilares de la sociedad están constituidos por médicos y maestros en su amplio significado. Los primeros porque nos conservan la vida y los segundos porque hacen de nosotros seres pensantes más completos. Estoy convencida de que es totalmente cierto. Lo que me lleva a meditar- yo también tengo mis vicios- sobre esto que me ha asombrado desde su inicio y que sólo puedo entender desde el punto de vista de un inexplicable complejo de inferioridad completamente absurdo alimentado por alguna consigna interesada. Me explico. Hace ya bastantes años, los maestros decidieron que este apelativo tenía poca importancia, esforzándose para que fuera sustituido por el de profesor. Y sí, consiguieron esta victoria pírrica que, bajo mi punto de vista, es como cambiar oro por plata, pero no quiero caer en el dogmatismo. Veamos lo que nos dice la RAE en su primera acepción: “Dicho de una persona o una obra: De mérito relevante entre las de su clase”. O también, entre otras, “hombre que tenía el grado mayor en filosofía conferido por una universidad”. No es solo un concepto sobre el papel. Cuando queremos demostrar nuestro reconocimiento por la excelencia de una obra o una persona en su actividad, cualquiera que sea, no nos dirigimos a ella como “profesor”, sino como “maestro” con una evidente mezcla de respeto y admiración.

Otro ejemplo. Los antes llamados enfermeros, decidieron que este apelativo no era lo suficientemente importante para definir su profesión. Estaban en su derecho. Y pasaron a denominarse Ayudante Técnico Sanitario. Bien. Hay gustos para todos. Pero creo que no cayeron en la cuenta de que la definición de enfermera tenía entidad propia que reflejaba una actividad específica y perfectamente descriptiva. Sin embargo, si nos fijamos, el nuevo apelativo les rebaja en dos sentidos. En primer lugar, la palabra “ayudante” significa que ese profesional no tiene una entidad o actividad propia, sino que simplemente ayuda a alguien a hacer algo. Vayamos a la segunda palabra. Técnico es un adjetivo que suele añadirse a un cargo que por este acto queda rebajado en su importancia. Por ejemplo, tiene una mayor importancia profesional el ingeniero que el ingeniero técnico sea de la rama que sea. Y sanitario, simplemente es aquel que, de una u otra forma, pertenece al ámbito de la sanidad. Es decir, que desde el punto de vista semántico, han rebajado un título que sin cacofonías representaba a una profesión encomiable y muy apreciada, por un impersonal y seco ATS que no define de forma clara su espacio laboral y rebaja por ambigua, la innegable categoría de su competencia real.