Del sur xeneixe

El pintor que llegó cuando el arte moría

Carlos Semino

Hoy ser artista es más difícil que en cualquier momento anterior, porque nunca como ahora se ha cuestionado al arte en su propio ser, y hasta la médula.

Desde la década de los 80 y con una virulencia cada vez mayor se han quebrado los puentes que conducen del artista al espectador, y el propio artista se ha convertido en ser fragmentado.

Estímulos que proceden de la tecnología, de las ciencias de la comunicación, y por qué no, de la crítica, lo han desplazado hasta volverlo un extraño, tan extraño que no se reconoce en ningún espejo.

Y sin embargo, todavía hay artistas, o más, artistas como a mí me gustan: “modesto en sus necesidades” para decirlo con frase de F. Nietzsche: artistas que quieren su pan y su arte.

Osvaldo Novello es uno de ellos.

Nacido en un barrio de tradición incomparable -La Boca del Riachuelo-, respiró su aire con naturalidad, y despertó a la pintura como sin darse cuenta; frecuentó al maestro M. Tiglio y aprendió de él la lección del color.

Su temperamento lo aproximó después a la reflexión de la forma, y durante arduos años sus empeños lo mantuvieron en un silencioso aprendizaje; el final -ya entrando en la madurez- lo encuentra victorioso.

De la notable tradición de la escuela boquense -que siempre rehuyó el pintoresquismo y la superficialidad- tomó el respeto a la visión puramente plástica, en su caso aproximada a la modernidad a través de un esfuerzo de síntesis notorio.

Aborda los temas tradicionales -naturalezas muertas, vistas portuarias, paisajes urbanos- con notable solvencia, manteniendo el ritmo sin sacrificar armonías.

Su paleta no es estridente, pero se mantiene en una zona intermedia que permite valorar colores asordinados de escondidas vibraciones secretas; ora parece más reflexivo, ora más emotivo sin sacrificar valores plásticos.

Trabaja con igual acierto el óleo, el pastel o la acuarela, aunque quizás sea en el primero donde encuentra sus más notorios resultados si consideramos el grado acentuado de elaboración que aplica en sus alisadas superficies siempre construidas con rigor y sensibles sintonías; obras como “Paisaje urbano” o “Visita a la media tarde” revelan la presencia de un artista logrado que ha tenido el doble mérito de continuar la tradición de la gran escuela boquense y hacerlo sin herir la memoria de sus maestros mentores.

En estos tiempos donde la tirana ley de la sociedad de consumo impone la transformación de la obra de arte en espectáculo, obligando al artista a renunciar a su cualidad más estimable de enemigo de lo efímero, la presencia de un artista como O. Novello nos reconcilia con la imagen más querida, la del artista que quiere su pan y su arte.

Setiembre del 98 – Carlos Semino