Cuaderno de bitácora

De la piel del demonio

MIGUEL MOSQUERA PAANS
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A poco que se haga memoria, tras el pique contra Vladímir Putin de un Joe Biden medio senil abriendo su tienda de butano americano, que incluía red de filiales en todas las capitales de la Unión Europea, todo el mundo recuerda el inicio del conflicto ruso- ucraniano, en el que un Zelenski voraz nunca ha dejado de tragar armamento y munición hasta casi agotar el almacén occidental de retales.

Jamás el mandatario ucraniano ha solicitado a sus aliados medicinas, alimentos ni bienes y equipos de construcción. La imagen de la guerra en ucrania se antoja como una serie fotográfica en la que cada impronta aislada muestra el resultado de algún pepino perdido impactando en un edificio, ya antes medio ruinoso, en alguna localidad prácticamente despoblada, donde ambos contendientes mantienen un pulso en el que por la mañana brindan con horilka en un campo de coles, y por la tarde con vodka en un yermo.

Tal es así que antes de iniciar el combate cuerpo a cuerpo, el largo trecho de las hostilidades dio para una buena merienda, de esas que dejan patente que guerra avisada no mata soldado, y a sendos rivales les sobró tiempo para visitar ferias de muestras de novedades obsoletas armamentísticas. Un preludio que se inició en Marzo de 2021, hasta el inicio del avance ruso hacia el Dombás en Febrero de 2022. El lapso se las trae, porque para un gran número de ucranianos, fue  sobrado para hacer la maleta y cruzar hacia Polonia, con la verja de la frontera abierta de par en par, y esperándolos del otro lado con una taza de chocolate con churros.

Nada que ver con la pretérita cancilla sellada para la legión de exiliados apiñados en Lesbos, camino a Europa, con pequeños enzurullados, hambrientos y muertos de miedo, mal cubiertos con cartones y basura, luego del fallecimiento de Aylan Kurdi, que para refrescar las conciencias recordaré que fue aquel pequeño sirio, tristemente famoso por acabar ahogado en 2014 en las aguas del Mediterráneo, inerte  sobre la arena de una playa de Turquía.

La distancia entre la procesión de querubines ucranianos, rubios y de ojos azules, camino de un cómodo exilio, de la mano de sus padres, sin fragmentación familiar, y una Europa dispuesta a recibirlos sin condiciones, reconfortados, subsidiados y bajo techo.

¿Qué a qué viene este ejercicio histórico? Pues a que media Europa se rasgaba las vestiduras por los bombardeos de Israel sobre la población civil palestina, sin que a ningún humanitario gobierno de la U.E. se le ocurriera la valiente idea de facilitar asilo a la infancia atrapada en el fuego cruzado de la Franja de Gaza. A diferencia de los ucranianos, sin las necesidades más elementales cubiertas: sin combustible, medicinas, comida, agua... en medio de una desoladora devastación y un mar de mierda.

Pero cómo si bien al parecer, el paraíso rondaba el actual Irak y parte de Siria, al demonio le caía por ahí cerca su casa, y mira tú por dónde, Gaza es Palestina, históricamente Siria, por lo que Europa pedía a Israel con la boca pequeña un corredor humanitario, pero dejando a los críos árabes  a su suerte.

La cuestión trasciende al respeto a los Derechos Humanos, porque en el trasfondo radica la más mezquina perversión que determina quienes son y quienes no, seres humanos. Una situación que recuerda a la vivida en el año 1537, cuando en su bula Sublimus Deus, el papa Pablo III declaró que los indígenas americanos eran “verdaderos seres humanos” —y por lo tanto candidatos a manumisión—, mientras se fomentaba la captura y deportación en régimen de esclavitud a los africanos con destino a las plantaciones, al ubicarlos, dentro del espacio intermedio entre los ángeles caídos y los primates.

La ONU tiene un mandato. Cierto que las relaciones internacionales se basan en acuerdos bi o multilaterales, por lo demás difíciles de obligar a cumplir. Pero cuando el ansia acucia, Naciones Unidas no tiene empacho en someter a cualquier país a los más leoninos embargos. Por qué unos tanto y otros tan poco.

Llegados a este punto cabe preguntarse qué los diferencia. Acaso los ucranianos son angelicales, mientras los palestinos son de la piel del demonio, más feos que una almorrana supurando pus entre las nalgas de un orco uruk hai, ¿o simplemente es que Occidente es racista?