Así es la vida

Entre la oscuridad y el olvido

Han transcurrido alrededor de dos años desde que un matutino local publicó la noticia del fallecimiento de la primera soldado ucraniana, acribillada por la milicia rusa en el frente de batalla, defendiendo la invasión de los ejércitos rusos a Kiev. Se trata de Iryna Tsvila, madre de cinco hijos, cuyo esposo, también militar, fue victimado a su lado. No es la primera ni, tampoco será la última mujer, víctima de esta confrontación fratricida, condenada por el mundo entero; tampoco es la primera soldado que deja en orfandad a sus hijos sirviendo a la patria; pero, sin lugar a duda, es la primera soldado mujer en morir tratando de detener el avance de un blindado ruso, durante una invasión que afecta a un país integrante de la OTAN. Para el mundo de las letras fue impactante enterarnos del fallecimiento de la soldado y ESCRITORA Iryna Tsvila, autora de la obra “Voces de Guerra. Historia de Veteranos”; un aporte conjunto con el escritor y filósofo ucraniano Volodymyr Yermolenko. El asesinato de Irina Tsvila, quien formaba parte de ese 17 por ciento de valerosas mujeres que componen la infantería del ejército ucraniano, nos deja un ejemplo de valentía, amor y fidelidad a la patria, de una lealtad sin límite digna de admiración.

¿Pero que sabemos de la vida de Irina?: fue maestra, escritora novel, activista pública y fotógrafo, además de un soldado de las fuerzas terrestres que participó en la guerra del Donbass, como parte del batallón Sich, integrando la Brigada de la Guardia Nacional de Respuesta del Ejército de Ucrania.            

Esta es toda la información disponible respecto a su biografía y producción literaria que, como suele suceder, se traspapelará entre la oscuridad y el olvido.

Como mujer, madre, esposa y escritora, me cuestiono qué sintió esta aguerrida mujer al saberse atrapada entre el ruido ensordecedor de tanques enemigos, explosión de granadas y armas de fuego escupiendo muerte y dolor; ¿tendría fragmentos de tiempo para pensamientos y mensajes de despedida? ¿sufriría la impotencia al no tener fuerza suficiente para aferrarse a la vida? ¿hubo cabida para un fugaz arrepentimiento? Quiero pensar que su subconsciente no tuvo el tiempo de asimilar que exhalaba un último suspiro ya que, violentamente, la cegaron las luces de armas enemigas, y con un postrimero parpadeo, Irina liberó su presente en sepulcral silencio y oscuridad total; Necesito creer que no sintió dolor y que su sangre escapó de prisa de su cuerpo, arrastrando en su caudal todo el abecedario de sus afectos. Seguramente similar episodio lo plasmó en su narrativa “Voces de Guerra”, sin sospechar que oficiaba de agorera.

Hoy, y en homenaje póstumo, me respondo a mí misma estas inquietudes, asumiendo ser ella, compartiendo sus ideales, tomando sus miedos y frustraciones a sabiendas de que solo se logra la paz a través de una guerra, consciente de que el peor enemigo de la humanidad es la codicia del hombre. Y es que pretendo reclamar por ella usurpándoles a los espectros del inframundo su voz de guerrera, una voz apagada abruptamente; quiero redimirla de culpas haciendo suyo mi testimonio ya que el propio, fue ahogado por una inconsciencia forzada a alimentar a la muerte. Por ella, quiero condenar a los hombres quienes, abusando del poder conferido por su pueblo, luego exigen enfrentar y matar a otros hombres con el afán de despojarlos de su tierra, patrimonio y bienestar, sin importarles que cegar la vida a los demás es el precio que forjará su historia. Iryna, en este testimonio póstumo y desde su punto de vista, a través mío, eleva su voz de veterana de guerra, reclamando por sus camaradas caídos y proporcionándome las respuestas que preciso para liberarla de la oscuridad y salvarla del olvido. Por lo tanto, dejo que ella exprese sentimientos que la acompañaron en combate durante guerras jamás deseadas; sentimientos paridos por odios que fermentaron en meollos nobles, implantados de semillas que germinaron a destiempo proveyendo ese fruto podrido de maldad, un fruto que nutre la codicia, ciega los corazones y nubla la razón de los gobernantes, dictadores y ladrones.  Escuchemos la voz de Irina porque también es la voz silenciada de los miles de soldados obligados por la guerra a quebrantar la paz:

“Sé del rojo que tiñe el ojo en conflicto social,
del odio que alimenta bocas y humanidad
de la angurria y la causa convertidas en puñal.
También sé de ellos, en esperanzas empobrecidos
con sus ideales confundidos, obligados a asesinar.
Sé de aquellos cuya ambición todo sobrepasa
que la insuficiencia la boca les llena
que portan coraza por corona
y el corazón con mordaza lo mantienen.

Sé de la ambición del hombre
de su incapacidad y frecuente desidia,
de su insaciable apetito y eterna codicia;
de aquella inteligencia y avidez 
convertida en imperdonable estupidez.
Se de su pasión por ajenas glorias
y pretensión de superioridad,
de la fuerza que ejerce el poder desprovisto de razón
en momentánea supremacía.

Sé de aquellos vencidos cuyos cuerpos caídos 
yacen tendidos en la oscuridad y olvido,
de los que en algo creyeron y a ultranza defendieron
sin saber la verdad.
Sé del hombre sin ideales, sumergido en un torbellino
enfrentando a su consanguíneo,
y de mujeres soldados que abandonamos nuestros hijos y esposos
forzadas por la guerra a quebrantar la paz 
Sé tanto…que, de estos hombres, ya todo lo sé.”

…Y en el campo de batalla, sobre la nieve teñida de rojo, dos cisnes blancos de cuello negro, mirándose dulcemente, sujetan con el pico geranios y rosas y, entrelazando sus alas peinadas de altivez y orgullo, danzan juntos de madrugada. Sus ojos lustrosos derraman lágrimas saturadas de dolor y tristeza… la ventisca disuelve los pétalos de las rosas y los geranios pierden sus hojas arrancadas por las horas…Un cuaderno de apuntes borrados por la nevada, una pluma con la tinta congelada, un libro que se volvió nada, quedan encubiertos por la sangre de civiles derramada.