Desde el otro lado

Los muros fronterizos

Siempre he sido contrario a toda forma de coerción de la libertad, por esa razón cada vez que escuchaba hablar de muros, la idea me resultaba odiosa porque entendía que restringía un derecho. Con el paso del tiempo, fui cuestionando en cada caso la razón de la construcción de los mismos: algunos eran de carácter ideológico y otros migratorios, para frenar un alto flujo de inmigrantes.  

Concluida la Segunda Guerra Mundial en 1945, Alemania y su capital quedaron divididas en cuatro zonas controladas por las potencias ganadoras de la contienda: la oriental quedó en manos de la URSS, y la occidental bajo la tutela de Reino Unido, Francia y Estados Unidos, erigiéndose en 1961 el Muro de Berlín. 

A un año de graduado de abogado, fui testigo de la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, cuando su destrucción posibilitó la reunificación de Alemania y simbolizó el fin de la Guerra Fría, surgiendo un nuevo orden mundial. 

En el 2006, tuve la oportunidad de visitar in situ el Muro de Cisjordania y conocer de cerca el drama humano que este representa. Los israelíes sostienen que la barrera es un legítimo medio de defensa ante el terrorismo palestino. Mientras los palestinos, la han calificado como una acción poco civilizada e inhumana, porque se construyó en sus territorios ocupados.

Ambos casos son muy distintivos de la potestad soberana de toda nación de establecer una protección estrictamente migratoria en su propio territorio.

Los muros se han incrementado en el mundo paulatinamente. Cada vez más los Estados construyen estas grandes vallas fortificadas para controlar quién o qué entra y sale de su territorio. Ya se contabilizan más de 60 en todo el globo terráqueo.

En Europa, por ejemplo, se han levantado miles de kilómetros de vallas en sus fronteras terrestres, tratando de frenar los flujos migratorios. Además de Ceuta y Melilla, en el caso español; están Evros y Macedonia en el caso griego; la frontera de Hungría con Croacia y Serbia; Chipre y la frontera turca; están también las vallas del Eurotúnel, en Francia y el caso de Kaliningrado entre Polonia y Lituania.

Como podemos observar, en los últimos 10 años, los Estados europeos han construido más de 1.800 kilómetros de murallas, las cuales no son para protegerse de guerras ni de soldados, sino de las avalanchas de migrantes y refugiados.

Asimismo, podemos encontrar en otras zonas del mundo muros fronterizos importantes, como lo son: el existente entre India y Pakistán, que comenzó tras el acuerdo de Simla, firmado por ambos países en julio de 1972, con una valla fronteriza de 750 kilómetros; la frontera entre Afganistán y Pakistán; Irak y Kuwait y las Coreas, entre otras.

América Latina tampoco se queda atrás ya que se han erigido diversos muros: entre la ciudad de Posadas y la comarca paraguaya Encarnación (Argentina –Paraguay) con una verja fronteriza de cuatro kilómetros y cinco metros de altura; entre los Estados Unidos y México un muro de unos 1,000 kilómetros con tramos de concreto, rejas electrónicas y cámaras infrarrojas; y entre República Dominicana y Haití, donde se levanta un muro de hormigón, que abarcará unos 160 km. Esta muralla tiene 4 metros de altura y 19 torres de vigilancia, cuyo objetivo es tratar de frenar una migración masiva y problemas de seguridad en momentos en que los haitianos se baten en el caos con bandas armadas que controlan esa empobrecida nación.

Los muros definitivamente son una solución odiosa a los problemas fronterizos de las naciones limítrofes, pero muchas veces resultan ser necesarios ante las avalanchas migratorias y situaciones de seguridad, como el tráfico de personas, narcotráfico, armamentos y la existencia de bandas terroristas armadas que puedan permear y contagiar el territorio del otro Estado. 

Un mundo sin muros es una aspiración legítima de la humanidad, aunque sea una utopía, pero siempre estará latente la esperanza de que las diversas naciones hagan todo su esfuerzo, a través del diálogo y los medios diplomáticos, para derribar algunos de ellos.