Cápsulas viajeras

El monasterio Songzanlin

El monasterio Songzanlin
photo_camera El monasterio Songzanlin - Carlos Muñoz González

El hinduismo, el chamanismo y el budismo conservan tradiciones que hacen de Shambala la fuente de su religión. En el Tíbet existe la leyenda de un reino legendario, oculto en algún lugar más allá de los majestuosos picos nevados del Himalaya, un paraíso terrenal inaccesible lleno de pureza, paz y conocimiento. Un reino místico y próspero que tiene la fuente de la felicidad donde los seres iluminados viven la eterna juventud, en perfecta armonía con el universo.

Dejando atrás las altiplanicies llegué a Zhongdian, en la provincia China de Yunnan, donde la influencia tibetana sigue presente en una sociedad que busca un ideal de iluminación, bajo el Shambala. Llegué ahí para conocer el monasterio de Ganden Sumtseling Gompa o Songzanlin. 

Antes de acceder al monasterio, construido bajo mando del IV Dalai lama, entre 1678 y 1681, rodeé los campos de trigo de los alrededores en un paseo matinal. En mi recorrido observé cómo la paja del pasto se secaba en hileras dispuestas a gran altura sobre unos curiosos pilotes horizontales de madera. Había dado un gran rodeo y atravesado un molino de agua cuando me acerqué a la colina y llegué a un pueblito de casas tibetanas en las faldas del monasterio, en el que viven unos quinientos monjes y lamas. Bajo aquellos techos dorados con las ruedas del dharma o rueda de la doctrina entre dos ciervos, símbolo del camino hacia la iluminación, se percibía cierta sensibilidad. Me fui abriendo paso hasta la entrada del monasterio, curioseando por los callejones donde las puertas estaban abiertas y eran de libre acceso. Subiendo las empinadas escalinatas, caminé por diferentes templos o pequeños monasterios que formaban un gran complejo religioso, todos formando un todo, en armonía. En uno de ellos un monje descansaba en una pequeña habitación. Aquel hombre me dedicó un poco de su tiempo para hacerme apreciar la vida cotidiana en la que vivía, me senté junto a él en su cama por un rato y dialogamos, después continuó como si nada, haciendo sus tareas diarias, estudiando y rezando mantras. Su afable sonrisa armonizaba con el brillo de su túnica roja, el radiante firmamento despejado y su respiración revitalizante. Allí arriba, en el monasterio, quise creer que existía un lugar puro de conexión karrnica similar al Shambala, a medida que ahondaba en los diferentes edificios percibía la bondad natural del ser humano. Por aquel lugar sagrado caminaba solo, a mis anchas, pensando si aquel monje era la única persona que cuidaba el recinto y por qué me había dejado pasar a mi libre albedrío. Cuando crucé la puerta en la planta baja del edificio principal, compuesto por 108 columnas de madera, pintadas de rojo, mi respiración se fue haciendo más lenta. Aquel número sagrado ligado a las tradiciones orientales y sus deidades nada tenían que ver con mi religión y manera de ver la vida. Delante de mí, una gran estatua de oro de Buda presidia el salón, cuyas paredes estaban decoradas con tapices y pinturas tradicionales tibetanas o de Thangka, en las que se mostraba la rueda de la vida o del devenir y las causas reales del sufrimiento, pero no de una forma pesimista, sino ofreciendo la posibilidad de redención a nuestra efímera existencia. Solo existe la energía neutral y cada cual la convierte en positiva o negativa. Podemos decidir un camino u otro, vernos a nosotros mismos en el espejo, en la patria celestial o en el abismo. Se posó el silencio sobre aquella sala, en un pliegue oscuro que invitaba a la meditación, sus figuras simbólicas resaltaban a la vista, pero no podía interpretarlas como los budistas porque se salían de mi contexto, la energía se canalizaba positivamente enunciándome un camino por seguir, a ser más valiente al enfrentarme a los peligros de un mundo desconocido. 

Sin ser un lugar físico que podamos encontrar, el Shambala podía ser para mí el paso para comprender la muerte, ¿Y si el Shambala no existe en este mundo presente sino en otro? ¿No será la muerte el tránsito hacia el Shambala? ¿Y si los cuervos, aves celestiales de cuello largo, son los guardianes del reino que vienen a llevar a los muertos hacia la luz divina? Mi reconciliación con la palabra muerte y con mis seres queridos a través del misterioso reino de Shambala, me dieron la valentía de hacer lo que de verdad quería hacer con mi vida: conocerme más a mí mismo y viajar para, de alguna manera, poder entender la naturalidad de la muerte, como el líquido de una botella de agua que se termina. Entender la vida como una semilla que tenemos que sembrar hoy para que germine en otra vida mañana. Sea cual sea el camino hacia el Shambala, yo estaba asomado en el patio del templo, observando desde lo alto de la colina ese horizonte abierto de tierra virgen, una llanura entre montañas y en medio un lago seco y desnudo. Con ese aire frío y puro permanecí quieto, respetando la vida espiritual de esos monjes. 

Después regresé a la ciudad y vi que la mayoría de las tiendas, restaurantes y hospedajes permanecían cerrados. Tal vez en verano la ciudad abría sus puertas al turismo, pero para cuando eso sucediera yo ya estaría lejos de las montañas sagradas y de China.