A Volapié

Meditaciones acerca de la caza

Desde mi más temprana adolescencia mi padre me enseñó a cazar en los montes y campos de Zamora y de León. Gran parte de mis momentos más felices los he vivido cazando con él, con mi hermano, a veces en soledad, y casi siempre con nuestros queridos perdigueros de Burgos. 

Cazando apasionadamente y leyendo a Delibes, viendo y escuchando a Rodríguez de la Fuente, aprendí a amar la naturaleza, a sus animales, y a los perros. La caza, bien entendida, es un fantástico deporte, y si ponemos en ella todos nuestros sentidos, buscando no ya la muerte inevitable, sino la belleza del lance perfecto, la comunión con la naturaleza, la compenetración con nuestro amigo el perro, entonces, la caza se convierte en algo místico, en una fuente de felicidad. 

Uno de los mejores libros de caza del siglo XX lo escribió el Conde de Yebes, se llama “Veinte años de caza mayor”. Tiene además la notable característica de estar prologado por Ortega y Gasset. Lo recomiendo muy vivamente a todos aquellos interesados en el arte venatorio y en la naturaleza. 

Uso la palabra arte a propósito, pues para no ser simplemente una matanza, debemos tratar de hacer de la caza un arte. Debe el buen cazador amar al animal, y como tal respetarlo, quererlo y conocerlo, debe tratar de matar lo menos posible, pero lo mejor posible, debe buscar el lance difícil, cuanto más difícil mejor, el lance más bello tras largo esfuerzo. Ese es el verdadero cazador. El que busca cazar mucho, y de cualquier manera, ese no es un cazador. 

Pasar medio día o un día entero pateando los montes con los perros y volver con dos o tres piezas, a veces con ninguna, y luego comerlas en familia o con amigos, es una actividad cinegética absolutamente legítima. Desde antiguo sabemos que nada en exceso es bueno ni virtuoso, por eso rechazo la muerte de grandes cantidades, eso deja de ser caza y deviene matanza. La caza es ética si se practica moralmente. 

Para lograr esto no se debe abusar de la ventaja técnica. Por ejemplo, yo solía cazar con el 20, un calibre menos potente que el 12. Los lances demasiado fáciles se deben dejar pasar, entre otras muchas cosas que podemos hacer para reducir la superioridad que tenemos sobre el animal. La caza, para serlo, necesita del “fair play”, como en el golf, hay que darle al animal un hándicap para nivelar la batalla en lo posible. 

El ser humano ha cazado desde la prehistoria, obviamente para alimentarse, pero también por afición, “por amor al arte”. Los Sumerios y los Acadios practicaban la caza deportiva hace 5000 años. La caza ha sido y es practicada por todos, por reyes y nobles y por todas las clases sociales. Hasta el siglo XX el ser humano dedicaba principalmente su ocio a cuatro cosas, la tertulia, la danza y el cortejo, la carrera y la caza. Forma pues la caza parte de nuestro acervo cultural. Hoy en día, por suerte, tenemos muchas más actividades de ocio, pero la caza deportiva y ética debe seguir siendo una de ellas por sus muchas utilidades tangibles e intangibles. 

No puede ni debe prohibirse como proponen algunos ecologistas y partidos radicales. Debe, eso sí, regularse y hacer pedagogía para fomentar la caza verdadera que defiendo, la caza sostenible que no busca la cantidad sino la calidad del lance. Es además fuente de ingresos para miles de familias, así como de impuestos para la hacienda pública. 

La caza no es solo una actividad deportiva y de ocio, además de una industria, la caza es necesaria para mantener el control de ciertas poblaciones (jabalíes, cabras montesas en el sistema central etc) que crecen desmesuradamente debido a distintas causas. Estos excesos devastan la flora, generan enfermedades y producen raquitismo. En estos casos la caza es una herramienta necesaria para mantener el equilibrio de la naturaleza. Cuando se trata de pocos animales, se pueden capturar, pero si hablamos de muchos cientos o miles, esto es imposible. 

Hasta no hace muchas décadas, las poblaciones cinegéticas se mantenían gracias a los cotos privados, pues sus dueños eran los primeros interesados en que hubiera caza. Hoy en día, además de en los cotos, mediante la creación de parques naturales, hay caza en muchos otros lugares. En general, algunas especies menores están en recesión aunque por otro lado, hay un fuerte crecimiento de varias especies de caza mayor. En muchos casos esta expansión es un problema que solo se puede atajar mediante la caza. 

Por lo tanto, aunque parezca un contrasentido para el neófito, si queremos que haya animales salvajes, entonces la caza es necesaria. Pero de forma deportiva y razonablemente regulada, todo en su justa medida. 

Además la caza bien entendida nos descubre la naturaleza, nos hace amarla y entenderla, cazar es vivir al aire libre en comunión con ella. Dice Ortega con gran razón, “la caza ayuda a educar el carácter, es una gran pedagogía”. Doy fé que esto es así.

Termino agradecido con las palabras con las que el conde de Yebes empezó su libro, dedicando este artículo y tantos bellos recuerdos “ A mi padre, que me enseñó a cazar”.