La Receta

Los medicamentos de Madrid: pasado y presente

Los medicamentos, ahora, son algunos de los productos más globalizados que existen, y en Madrid tienen su sede más de 250 empresas farmacéuticas que fabrican, comercializan o investigan sobre medicamentos. Y, aunque muchas son multinacionales, también hay empresas de capital nacional que ocupan puestos destacados en el mercado farmacéutico. Esto, como podemos entender, no ha sido siempre así: hace cien años la mayor parte de los medicamentos eran fórmulas magistrales y unos pocos de los llamados ‘específicos’ fueron el inicio de la situación actual, en la que la totalidad está sometida a una rigurosa reglamentación en la Unión Europea sobre su producción y registro.

Como curiosidad sobre los medicamentos de Madrid, me voy a referir a una preparación cuya fama se extendió por toda Europa en el siglo XVIII: la Sal de Madrid. Y otra, en el siglo XIX, el agua de Carabaña, conocida y utilizada en toda España. No fueron medicamentos de los llamados oficinales, que eran los que aparecían en las farmacopeas, pero su uso fue amplísimo en la población para purgarse, una necesidad relacionada con los alimentos en mal estado, algo común en el pasado por la ausencia de la cadena de frío.

Copa cerámica de sal catártica de Madrid o sal de Vaciamadrid, de producción catalana del siglo XVIII. Museo de la Farmacia Hispana.
Copa cerámica de sal catártica de Madrid o sal de Vaciamadrid, de producción catalana del siglo XVIII. Museo de la Farmacia Hispana.

La ‘Sal de Madrid’, también se llamó de Rivas Vaciamadrid y procedía de la fuente “Amarguilla”, en la misma localidad, porque sus aguas iban cargadas de sales sulfurosas, que servían de purgante. Estas sales fueron descubiertas para el gran público alrededor de 1716, cuando dos farmacéuticos madrileños, Luis Torrente y Félix Palacios, que era también médico, analizaron sus propiedades químicas. Les llamó la atención el nivel de concentración de sales y sus propiedades purgantes. 

El otro remedio al que me refería era el agua de Carabaña, procedente de una pequeña población a menos de media hora en coche de Rivas, que llegó a convertirse en el laxante de moda en el siglo XIX, y que servía para purgarse, es decir, provocarse una diarrea, con la finalidad de eliminar toxinas. Este producto se comercializó ampliamente hasta principios del siglo XX y, además, fue motivo de una amplia publicidad: han aparecido carteles hechos con azulejos que se pueden contemplar en la estación del metro de Chamberí -hoy convertida en museo- en la que aparecen algunos de estos anuncios. “El mejor purgante: aguas minerales naturales de Carabaña”, además de “antibiliosas, antiherpéticas, de venta y consumo en todo el mundo”. Vemos que imaginación no les faltaba a sus autores, en esa época feliz, falta de toda regulación.

Tras este recuerdo del pasado, volvamos al presente en el que los medicamentos tienen que contar con registro en la Agencia Europea del Medicamento (EMA) o en la Agencia Española (AEMPS), además de cumplir estrictos controles para su fabricación. 

Esas autorizaciones hacen posible la libre circulación en el mercado europeo, y son una garantía para la exportación a terceros países, algo que perderían las empresas farmacéuticas establecidas en Cataluña, o cualquier otro territorio de la Unión Europea, en la hipótesis de que se produjera la independencia. Sería, pues, uno de los sectores más sensibles, y obligados a establecer su domicilio social fuera de ese territorio - ya extracomunitario -, junto a la banca que, como sabemos, perdería el soporte del Banco Central Europeo.

Me consta que las empresas farmacéuticas establecidas en Cataluña, tienen planes de contingencia para el traslado de su sede social a algún territorio fuera de Cataluña como Madrid, Zaragoza o Valencia, aunque dejaran inicialmente las fábricas en las que existe la posibilidad de contar con autorizaciones fuera de la Unión Europea, eso sí, tras reevaluar el cumplimiento de normas; a diferencia del registro de sus productos, que se perdería de inmediato, y con ello la posibilidad de comercialización en territorio europeo, de ahí la necesidad de trasladar su domicilio social. No faltarían medicamentos en Cataluña, aunque todos tendían inicialmente la naturaleza de ‘importados’, es decir, con consecuencias en su balanza de pagos de unos 4.000 millones de euros. 

En esta situación que, por ahora hay que considerar distópica, Madrid es para muchos industriales la primera opción para reubicar el negocio farmacéutico, no ya por su pasado anecdótico, sino por su espléndido presente y su prometedor futuro.

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