Mamá, anoche soñé contigo. Soñé que estábamos en la casa de Sauce y había una fiesta, como las que hacíamos en el patio con la mesa larga, el asador y las sillas. Ibas con tu cabello largo, largo hasta la cintura, y una blusa de color azul celeste. Te reías con los invitados y cantabas, de cuando en cuando, alguna ranchera, cerrando con “Hoy” de Gloria Stefan. Recuerdo que te miraba con muy pocos años, y te miraba mirarme.
Todo me recuerda a ti: andar por la calle es ya pensar qué pensarías tú de las banquetas, del silencio entre dos personas en una terraza, de las quejas viciadas, de la Puerta de Alcalá vista desde el final de la calle, del color de las enredaderas sobre las paredes blancas. Blancas, como tú. Y te escucho detrás de mi pensamiento:
De verdad, mijita, ¡agradecida con la vida!
Mamá, otra vez soñé contigo, pero ahora diferente. Había un edificio de gran tamaño, y tú me saludabas desde una ventana. Yo, en el edificio de enfrente, te invitaba a venir, pero tu falsa prisa ocultaba una imposibilidad que no querías contarme. De cualquier manera, me hablabas y me cantabas toda la tarde, y me tomaba el café contigo, lejos, tranquilamente.
Observo todos estos libros que me rodean ahora, que me miran expectantes, y me consuela encontrar tus frases, los primeros poemas, consejos no dados que te atribuyo igualmente, pues nadie los podría decir mejor que tú, aunque estén escritos desde otra parte. Pienso en lo que piensas de nosotras, de mi hermana y de mí, que hemos crecido fuera, pero llevando con nosotras la gratitud de la familia, el orgullo de las raíces, la calidez de un amor inconmensurable.
Mamá, anoche soñé contigo. Era tu cumpleaños, y se me ocurrió dedicarte un artículo para que, desde temprano, lo llevases todo el día contigo.