Las raíces del tiempo

Lo oculto

Hace un par de meses que estuve visitando una exposición de pintura en el museo Thyssen Bornemisza bajo un lema muy significativo: Lo oculto. Se trataba de una selección de cincuenta y nueve obras, en las que el investigador había sacado a la luz aquellos detalles que podían documentarse y que el pintor había querido dejar prácticamente escondidos en su pintura. 

Realmente me sorprendió y me pareció muy interesante esta muestra, esta forma de presentarnos una exposición, porque son cosas en las que no caemos cuando visitamos cualquier museo y miramos las obras. Normalmente vamos con los ojos muy abiertos pero nos fijamos solamente en el conjunto de lo que vemos, en nuestra retina entra la imagen completa y con esa imagen sacamos la conclusión de si el cuadro nos atrae o no; salvo los expertos y la gente curiosa difícilmente entramos a buscar los detalles, que son aquellos que hacen la pintura más atractiva, mucho menos nos fijamos en los elementos que el pintor ha querido esconder con toda la intención para enviarnos algún cifrado mensaje. 

Cuando nos presentan en un mismo espacio y en perfecta sincronía obras de arte que tienen el denominador común de tener algo que no se ve a simple vista, sino que está oculto en el argumento del cuadro, nos damos cuenta de que los artistas han utilizado y encontrado en sus composiciones, una forma magnífica para hablarnos de aquellas cosas que en la antigüedad eran tratadas con mucho misterio, como la astrología, la magia, la alquimia y otros saberes ocultos, que resistieron durante siglos a las religiones predominantes y en tiempos más cercanos a las distintas corrientes culturales adversas que marcaban el entorno.  

La exposición me ha traído a la memoria algo que siempre me ha parecido fascinante en el ser humano, me refiero a esa parte oculta de la personalidad de cada individuo que solo se ve cuando el interesado quiere. Las personas en general no están muy alejadas de ese concepto ambiguo de lo oculto, por supuesto que no como observadores de su entorno sino como actores que juegan con sus recursos según les conviene en cada momento. Hay una teoría que en términos de gestión se denomina la “teoría del iceberg”, que viene a decir que las personas enseñan tan solo lo que quieren que los demás vean, permaneciendo oculto todos los rasgos de su personalidad que no quieren que se conozcan. Como el iceberg en la mar del que tan solo se ve una octava parte de su volumen total, lo que se ve en el ser humano es tan solo una pequeña parte de su personalidad. Cuando conocemos a alguien, lo que vemos es su aspecto físico, su comportamiento, su expresión verbal, su mirada, cómo actúa, si conversamos podemos saber algo de su modelo de vida, de su trabajo, de su familia, es decir, lo que está por fuera, lo que no se puede esconder, incluso de estas cosas hay algunas en las que nos podrían engañar si esa fuera su intención.

Estas apreciaciones podrían ser puestas en duda por quienes defienden a toda costa la bondad de la naturaleza humana, pero a ellos tengo que decirles que resulta muy difícil, prácticamente imposible, identificar a quienes por cualesquiera razón tratan de ocultar conceptos tales como la desconfianza, la envidia, la soberbia, la mentira, la ética, la mala fe, la ira, los celos, la venganza, y otros muchos vicios que, como malos virus y bacterias del cuerpo, aquejan el alma de los seres humanos. 

Son muchas las situaciones y las circunstancias en las que lo oculto puede estar presente sin que pueda observarse en los individuos, cito algunas de ellas como ejemplo:  cuando se está en la búsqueda de empleo, en la seducción, en conversaciones entre amistades superfluas o en los conflictos de trabajo. En cualquiera de estas que he nombrado, lo normal será que la persona interesada intente por todos los medios caer bien, porque su objetivo será obtener un trabajo, enamorar, gustar a los demás o solucionar algún problema sin que le afecte, para lo que ocultará todo aquello que lo pudiera hacer inviable y aflorará solamente los atributos que le hagan merecedor de lo que quiere.

Lo oculto forma parte del comportamiento de los seres humanos desde tiempos primigenios, es atávico en su naturaleza en la relación con los demás, conviene recordar aquí que la envidia es una de las primeras lacras que aparecen en el libro bíblico del Génesis, la historia nos cuenta cómo Caín mató a su hermano Abel por envidiar su relación con Dios ante los celos que le producía que este aceptara sus ofrendas y rechazara las suyas. Esto nos lleva a la hipótesis principal porque una de las importantes cuestiones que se debaten con frecuencia en los foros educativos y en los análisis sobre la conducta humana, es la disyuntiva de considerar cómo es la persona en su nacimiento, es decir: se nace bajo las características genéticas de ser persona buena o mala. La verdad es que el tema en cuestión no está resuelto de raíz y sin que sean los únicos factores de influencia, las teorías más cercanas a este dilema plantean que en las conductas humanas contribuyen poderosamente los hábitos adquiridos y las experiencias vividas desde que se llega a este mundo. Obvio es decir que según sean buenos o malos estos hábitos y estas vivencias la conducta será una u otra. 

Para el control y el equilibrio de las conductas sociales se han establecido las leyes y las obligaciones, las normas y todos los demás instrumentos de autoridad; estos mandamientos y preceptos morales, tratando de buscar la vida en paz y en convivencia, han existido siempre en todos los pueblos desde los primeros tiempos que conocemos, en los que también estaba comprendido el castigo a los infractores. Uno de los más antiguos que se conocen es el código de Hammurabi, un rey babilónico que recopiló todos los preceptos sociales para la vida de los habitantes en la mítica Mesopotamia, estaba escrito en condicional… si haces esto te castigaremos con esto otro. Sobre este tema de “acción y reacción” también hay que decir que la educación temprana y los castigos tan solo hacen variar algunos comportamientos y ello sin que pueda extrapolarse con carácter general, ya sabemos que nadie escarmienta en cabeza ajena. En cuanto a la reinserción social después de las condenas son muchos los factores a considerar para que se pueda hablar de éxito. En definitiva, todos estos códigos cumplen su función respecto a los comportamientos necesarios para el orden en la vida colectiva, pero en modo alguno muestran y mucho menos invalidan lo que cada cual lleva oculto dentro de su cabeza, que será utilizado en el momento en que cada individuo en cuestión quiera exponerlo. 

Lo que se muestra actualmente sobre los principales problemas que afectan a las sociedades, en una rápida reflexión de cómo nos comportamos, lo que se ve hoy en día en la conducta humana, demuestra que es muy difícil encontrar una solución para saber lo que hay oculto en el pensamiento de los demás. 

Por otra parte, al margen de las conductas relacionadas con lo oculto en la personalidad de los seres humanos, existe también el ámbito de los secretos que a casi todos atañe. Un secreto es algo desconocido para la generalidad de nuestro entorno y en algunos casos solamente visible para algunos que forman parte del círculo más íntimo y de confianza. Normalmente todos portamos secretos que permanecen escondidos, sobre todo para aquellos a quienes su conocimiento pudiera cambiar su actitud en nuestro ámbito de relación, como podría ser la pareja, los amigos, la familia y el entorno de trabajo. Hay estudios sobre cómo afectan los secretos en las personas y la alteración o alivio que supone para el individuo liberarse o no de ellos, pero esto no viene al caso, porque, aunque son materia escondida en el interior de cada cual, es algo ajeno a la personalidad y a la lacra que representa la propia corrupción de los individuos.  

Las celebraciones que vendrán en el próximo mes de febrero referidas a las carnestolendas o carnaval, además del carácter festivo que entrañan, vienen a demostrar en una gran cantidad de casos la expresión pública de mucha gente que sueña, pretende o disfruta con otra forma de presentarse ante los demás en su fuero interno. La máscara es una forma representativa que está cargada de simbología desde tiempos muy ancestrales, con antecedentes culturales en las fiestas griegas y romanas básicamente y algunas influencias prehispánicas de las Américas. Hay quien en esos días cambia su presentación ante la vida mostrándose de forma completamente distinta. El magnífico óleo del prolífico pintor alemán Johannnes Lingelbach, allá por el año 1650, bajo el nombre de “Carnaval en Roma”, actualmente expuesto en Viena en el museo de la Historia del Arte, es muy significativo con la transformación carnavalesca de los individuos en su presencia pública. 

Termino este artículo con la afirmación personal de que lo oculto en las personas es consustancial con la propia naturaleza humana, reconocemos lo que vemos pero eso no es todo en el individuo. Como enumera el filósofo y botánico griego Teofrasto en su obra los Caracteres Morales, las verdaderas intenciones, los ideales, la maldad, el engaño, la desconfianza, la cobardía, la vanidad, el descontento, la falta de piedad y otros muchos vicios son muy difíciles de apreciar a simple vista en las personas. Si esto no fuera así, cómo podríamos entender los casos de violentas agresiones armadas en los institutos y universidades, o los asesinos que, una vez son descubiertos y detenidos, nos enteramos de que eran ejemplares padres de familia, o vecinos simpáticos y agradables con los que nos cruzábamos diariamente en el portal dándonos los buenos días. Sin llegar a estos extremos reales, aunque afortunadamente poco frecuentes en la magnitud social, esa doble personalidad de Jekyll and Hyde, en mayor o menor medida, la llevamos todos dentro y jugamos con ella cuando nos conviene.