Tomar la palabra

Llados: un asceta neoliberal

Lo confieso: en los últimos dos meses le habré dedicado unas 50 horas de mi existencia a visualizar shorts de Llados. Se trata de un coach motivacional que ofrece cursos online a su audiencia sobre cómo generar ingresos pasivos a través del entrenamiento personal; tiene como principal sello distintivo una estrategia comunicativa expansiva, que no se dirige a un nicho de mercado exclusivo (entrenadores personales) sino a una amplia comunidad de participantes en distintas redes sociales (principalmente Tik Tok, Youtube e Instagram); y parte de una “filosofía mundana” o, digamos, “ideario” ecléctico, episódico y fragmentario con ideas procedentes de distinta índole, que van desde el ascetismo hasta el vitalismo, pasando por los discursos neoliberales del rendimiento y el emprendimiento. 

Es un personaje embrutecedor que ha conseguido movilizar una gran cantidad de afectos entre la gente joven a través de su mofa sobre los losers de la sociedad del rendimiento neoliberal. De sus vídeos me llaman la atención una serie de elementos sobre los que he realizado una serie de notas explicativas y valorativas.

Una es la aparición de sus cosas (mansión, novia, amistades, coches, yates, cenas) como objetos de deseo, esto es, como objetos que portan un valor intrínseco que los diferencia frente a los demás, volviéndose irremediablemente atractivos. A esta aparición de las cosas le acompaña una carta de presentación de las mismas no como objetos dados, fruto de un trabajo que sólo puede hacer él, sino como objetos que ha alcanzado en una empresa vital extensible a todo el mundo. Lo que se presenta como un conjunto de cosas exclusivas pronto se desvela discursivamente como una abundancia accesible a todos. Se imprime algo así como una aparente vinculación entre lo uno y lo otro, lo propio y lo ajeno: la suya es una vida a imitar por todos.

Pero lo cierto es que el discurso de Llados está lejos de ser una promesa ética. El suyo es un discurso homogeneizante, dado que arremete contra lo singular de cada una de nuestras vidas. Su lugar de enunciación es el de un ser completo, esto es, el de una totalidad cerrada en sí misma, sin fisuras. 

En la exposición de su abundancia material se inscribe un mensaje: podéis pasar de ser observadores resentidos de mi riqueza a hacer la vuestra propia. En una suerte de principio de equivalencia entre vida y empresa o vida y riqueza, vivir es lo mismo que ganar y moverse es lo mismo que conseguir. Llados, sobre la tumba de la pereza y el descanso, evoca la fórmula oculta: el secreto está en lo que cada uno hace. Lo único que os priva de la abundancia es el desencanto, vuestra mentalidad de escasez, de losers. Con mentalidad positiva las cosas se pueden hacer. El futuro es para quién lo hace, no para débiles mentales que se escudan en sus excusas. 

Como sabemos desde el psicoanálisis, el deseo no es algo que esté afuera de nosotros, sino que es una fuerza interior viva y en constante movimiento, por lo que cuando conseguimos aquello que deseamos no se produce en nosotros una completa realización, sino que solemos pensar en que nos sigue faltando algo, que “no es como pensábamos” o que “nos apetecen otras cosas”, por no decir que nos sentimos vacíos. La idea del deseo de Llados como “algo” transparente y alcanzable dista mucho de asumir la complejidad del mismo, la cuál lo vuelve misterioso, ineludible y difícil de elevar a nuestra conciencia. Podemos observar en su discurso una confusión entre el deseo y las preferencias.

Otro elemento observable es la obstinada exhortación a nuestro “voluntarismo” para “escapar del sistema”, esto es, a considerarnos a nosotros mismos como hacedores que debemos ser plenamente conscientes de aquello que nos hace valiosos: el emprendimiento. Detrás de su retórica antisistema, típica entre criptobros, entrepreneurs y empresarios de sí mismos, y la cuál tiene al conformismo como principal eje de impugnación, aparece el lugar de enunciación de Llados: el de quién revela una verdad objetiva en medio de un mundo lleno de apariencias. El mensaje se culmina con lecciones prácticas para convertirnos en “fucking bestias” como levantarse todos los días a las 05:00 Am y “hacerse unos fucking burpees”. 

Aquí Llados entronca con una de las líneas maestras de la subjetividad neoliberal, señalada con mucho acierto hace unas cuántas décadas por Wendy Brown en su Estados del Agravio: “Los individuos liberales se conciben como hacedores del poder, como orígenes del poder, más que como efectos del poder; socializados, más que construidos socialmente; divididos por razón (objetividad) y pasión (subjetividad), más que como interpelados o sometidos por discursos de «verdad»”. No es de extrañar que hoy los nuevos ricos tengan retóricas antisistemas.

Un tercer elemento es el señalamiento constante de los principales “síntomas” de los enfermos sociales (los “fucking plebeyos”): sus bajas retribuciones (“mileuristas”) y sus “panzas”. Es aquello que más se ha viralizado en redes, lo cuál nos proporciona algo de información sobre qué elementos tienen más capacidad de interpelación. Llados se ensaña con una serie de objetos libidinales (ajenos y propios simultáneamente) en los que se cargan significados que desbordan su literalidad. En esta parte del discurso aflora la sinécdoque, la metonimia, la metáfora y el paroxismo. Tanto en su gordofobia como en su aporofobia hay un desprecio mucho más fundamental que a la gordura o a la pobreza misma: se trata de señalar el problema del conformismo, esto es, de que un individuo renuncie a ser un hacedor de poder.

Es lo que podemos caracterizar como un pensamiento fálico. En este se produce, antes que nada, una fragmentación de los cuerpos en Objetos Parciales Autónomos que resultan en una competición de los mismos relativa a su comparación, cuantificación y medida. Con esta operación ideológica no sólo se reifica la división entre el cuerpo y la mente, sino que se multiplica la fragmentación del primero, garantizando nuestra inscripción en estructuras de dominación. La pérdida de la agencia de los sujetos políticos empieza en la batalla contra los cuerpos, imposible de dar sin las cantidades ingentes de degradación y cosificación de los mismos. La subalternidad no empieza en nuestro silencio, sino en aquellos discursos que nos constriñen en una verdad que naturaliza una serie de estructuras de dominación, sean de raza, clase, género o capacidad. 

En cuarto lugar, su retórica conjuga una serie de elementos aparentemente “igualitaristas” y “meritocráticos” en una síntesis individual-catártica. Los elementos igualitaristas se refieren a las actividades autotélicas, esto es, a actividades que son un fin en sí mismas y cuyo valor no procede de un intercambio instrumental; los segundos se refieren a actividades instrumentales que se constituyen como medios para alcanzar determinados fines (hacer para algo). En su discurso las actividades autotélicas y las actividades instrumentales no son más que la misma cosa, produciéndose declaraciones del estilo “mi vida es mi trabajo”. En la convergencia de ambas también convergen los nudos igualitarios y meritocráticos: dado que la abundancia es universal y que la riqueza no es un juego de suma cero, la felicidad es posible para todos; pero para alcanzarla es necesario comprometerse con uno mismo y tener ambición por ganar. Se produce la elevación del individuo, de esta vuelta, en una versión infinitamente farsesca del Übermensch nietszchiano.

Cabe decir con respecto a este punto que Llados ha heredado una serie de palabras que nuclearon los principales relatos colectivos de las últimas décadas; y si este ha producido toda una serie de incondicionales libidinales no es tanto por su lucidez como por el momento de época en el que estamos. Vivimos en un presente regido por una lógica estática que se resiste al propio contenido de lo novum, a cualquier apertura genuina al futuro: El mito de la presencia absoluta (“Tú puedes!”) se fortalece con la ansiedad que sentimos ante el futuro; y la incertidumbre se cubre con la noción de la plenitud del ser, esto es, con la posibilidad ontológica de un instante presente del tiempo pleno e independiente (“simplemente hazlo”, “es tu momento”). Es el mensaje de los hechiceros neoliberales.

Aparte, cabe mencionar que uno de los puntos míticos de su discurso, referido a hacerse a sí mismo, desde la pobreza (“yo comía latas de atún”, “de obrero a millonario”) hasta el éxito (“estar tranquilo con uno mismo”, “tener este fucking rolex”). Esto no merece mucho análisis más allá de comprobar su perfil sociológico y verificar que no procede de una familia trabajadora; su insistencia en la procura de “relaciones sociales sanas” (se entiende que no instrumentales, por fuera de una lógica de ganancia) como la lealtad de sus amigos al amor de su novia; y un ascetismo que casa contradictoriamente con su cantidad ingente de riqueza material (la cuál exige un tiempo de disfrute), referido a la necesidad de renuncia del sujeto para ganar. Sólo si uno renuncia a los placeres cortoplacistas (que llevan al engaño o a la falsa conciencia) como “salir de fucking fiesta”, “drogarte como un inútil” o “tumbarte en una hamaca”.

Ante las mofas de Llados una sensación predominante no es el desprecio, el enfado o la repulsión, sino la risa. Como si de un goce mudo se tratase nos reímos y no sabemos por qué. Creo que la mofa es un elemento constitutivo de su intervención en redes, y como sabemos, esta consiste en la degradación de algo que tiene el otro (un objeto en el otro: físico, externo, simbólico, etc..). No creo que sea extraño que la mofa ascienda como forma de expresión en sociedades en las que nos hemos acostumbrado a dirigir una gran cantidad de violencia (material y simbólica) cara nosotros mismos. 

Compartir (inconscientemente) la mofa (sobre el objeto) con el que degrada se puede entender desde la costumbre a degradarse a uno mismo. Esto es lo que explica que los objetos de la mofa de Llados (por ejemplo, “la fucking panza”), orientados a elevarlo jerárquicamente y a consumarlo en una posición de superioridad, tengan como función primordial supeditar totalmente las identidades hacia ellos. La mofa vuelve a ambos lados dependientes de lo que tiene el otro, y constituye a ambas subjetividades en un todo definido en base al objeto de la mofa. La mofa desvela que se está muy lejos de una independencia sobre el objeto o de una libre voluntad de poder.