Cuaderno de bitácora

La vendetta

MIGUEL MOSQUERA PAANS
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Estupor es la sensación que define la actualidad parlamentaria, dejando un mal sabor de boca en más de la mitad de los españoles al ver que, pese a trasladar la función —y nunca mejor dicho— a la Plaza de la Marina Española, el Congreso de los Diputados ha evidenciado una vez más que es un circo donde los leones están fuera y los payasos dentro.

Zozobra es la otra emoción que comparten políticos y ciudadanos al no dar crédito a los resultados de la votación de los tres Reales Decretos que el Gobierno, eludiendo todo debate, pretendió imponer al país. Porque ese será el resultado del Decreto más conflictivo, el Ómnibus, que dota al Gobierno de un instrumento más de control sobre las instituciones a través del recién estrenado Ministerio de Justicia y Presidencia. 

Mal negocio para Junts, que votando en contra de sus propias aspiraciones, a la postre acabará afectando a todo el país, cuando con el resto de la totalidad de los ciudadanos caigan de la burra y besando el suelo se enteren que con él, el Ejecutivo manejará un volumen tal de información que podrá conocer a tiempo real hasta el color de la costura del calzoncillo de cualquier parroquiano.

Aunque la causa de mi perplejidad creció exponencialmente al ver como con su permanente rostro inocente de florecilla silvestre, a Ione Belarra no le cabía una pajita en el culo tras hacerle la puñeta a Yolanda Díaz, quien con los ojos hinchados de ira despotricaba en latín, arameo neoclásico y lenguas antiguas contra Podemos, después de que el corazón se le saliera por la boca al comprobar que Gerardo Pisarello andaba en Babia.

Y es que a la Ministra de Trabajo le ha tocado probar de su propia medicina, haciéndole tragar con el adagio de que si no quieres caldo te tomas tres tazas. Nada nuevo bajo el sol: ya en su capítulo 12, versículo 25, Mateo dejaba bien claro la palabra crística de que todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y que toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.

La enjundia está en ese inveterado hábito de zafarse de asumir las consecuencias de sus acciones, al acusar al Gobierno de todo lo que estima que pueda crearle mala imagen. ¡Pero vamos a ver, señora Díaz, que usted también es el Gobierno! 

Y por si no bastara, echando balones fuera, la ministra no se cansa de chantajear a ese Sánchez tan ofendido con la piñata, al parecer por sentirse identificado con el monigote, término que, para los versados en lengua española, igual determina objeto que epíteto.

Todo con tal de hacer valer su voluntad por encima del bien, el mal, o el sentido estricto y común que marcaron las urnas. A Díaz se la han merendado los cachorros de Podemos, dándosela con queso, un manchego tan duro que no le dejó paladar para distinguir el vinagre de la lejía. 

No obstante, dejando por un momento de lado el cabreo de La Yoly, lo verdaderamente dramático es que casi me siento solidario con el pobre Sánchez, porque, salvando las distancias, a él le toca tragar con la misma rueda de molino que al resto de los españoles, a sabiendas de que estamos secuestrados y a merced de 11 personas que deciden el presente y el futuro del país, invocando una democracia más endeble aún que la paloma de la paz, siendo, paradójicamente, los que menos apoyos han obtenido en las urnas.

Claro que a Sánchez le queda la posibilidad de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Aún al precio de una vanidad que enmascara su sumisión y su falta de dignidad pincelada de orgullo. A los demás apenas nos queda evocar al preclaro narrador y ensayista gallego Daniel Rodríguez Castelao en su afirmación de que “mean por nosotros y hay que decir que llueve”.