Diario de a bordo

La ética

En nuestro luminoso, riquísimo y variado idioma existen dos voces muy semejantes tanto en su significado como en su significante. Definen dos conceptos parejos que tendrían que ir siempre vinculados, pues su conjunción debería ser norte y objetivo para la concordia, el entendimiento y la avenencia de las humanas relaciones, cuanto más para aquellas que rigen los diversos aspectos de la vida pública, y de obligado cumplimiento para nuestros políticos y gobernantes. Ellos son la ética y la estética. La ética exige una rectitud conforme a la moral donde no caben disimulos ni enmascaramientos. Quien la disfrute debe tener, entre otras cualidades inherentes, honestidad, integridad, decencia y justicia. Si esta conducta es acompañada por la estética en la utilización de las armas dialécticas, en el comportamiento y la actitud que es necesario acompañen a nuestros tribunos en el ejercicio de su cometido, y mantenida como obligatorio talante en los foros públicos, nos ahorraríamos el bochornoso espectáculo al que nos tienen acostumbrados en los últimos tiempos y singularmente en los últimos días.

El ‘sanchismo’ ha convertido la Cámara Baja, el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional, en el Patio de Monipodio, en un vertedero que lentamente y poco a poco está invadiendo nuestra vida política, en un emplazamiento ciudadano donde, al contrario de lo que debería suceder, se practica la mala educación, la falsía, el virulento y soez ataque contra el opositor, una retórica de billar y la total ausencia de corrección, urbanidad y civismo. Es decir, que tanto la ética como la estética brillan por su ausencia. Al margen de lo anteriormente expuesto y entrando de lleno en la actuación del jefe de la bancada ‘sanchista’ y sus acólitos, hay una cuestión que me ronda inmisericorde desde hace días. ¿Para qué asiste el presidente del Gobierno a la Cámara?; ¿para eludir todas sus responsabilidades? No sólo no contesta nunca a las pertinentes interpelaciones de la oposición, sino que sus turnos de réplica los utiliza para atacar a aquella intentando, ante la falta de argumentos y la virulencia de las preguntas, arrojar al grupo Popular  al pozo negro de su política, empleando una verborrea carcelaria que sistemáticamente es jaleada por sus acólitos, una jauría vociferante de licaones  genuflexos ante el macho Alfa que con su desmedida actitud alimentan su soberbia y empujan su desfachatez hasta extremos delirantes.

El Gobierno de España no gobierna. Estamos desatendidos ante su única preocupación: tapar toda la basura que les asfixia e intentar desesperadamente, utilizando cualquier medio para justificar su último propósito, finiquitar a quien es su oposición más alarmante, su genuino enemigo a batir, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Y para ese fin todo vale. Utilizar el aparato del Estado para atacar a un particular que nada tiene que ver ni con la vida pública, ni con la política, ni con la citada Comunidad, para minar la credibilidad y la decencia de la sra. Díaz Ayuso solamente porque dicho ciudadano sea su novio, es una aberración  de tal calibre y trascendencia, que sin bucear más en las causas de tal acometida tendría que ser motivo suficiente para arrojar fuera del Gobierno a todos los que lo forman en la actualidad. ¿Cómo tiene el sr. Sánchez el cuajo y la insolencia de pedir a gritos la dimisión de la presidenta madrileña por algo que sólo implica a su pareja? ¿Qué clase de miseria moral le ha colonizado para hacer protagonista de la contienda política a un particular que está inmerso en una investigación por parte de la Hacienda Pública, cuyos datos fiscales y la propia investigación han sido filtrados de manera delictiva e inmoral para favorecer los espurios intereses de un Gobierno cercado por la ignominia miserable del caso ‘Koldo’, y que no conoce otro medio de explicar lo inexplicable que atacar con falacias vergonzosas al contrincante político emponzoñando aún más el hemiciclo. 

El ‘sanchismo’ ha liquidado la libertad, la división de poderes, la justicia, valores permanentes y esenciales que una sociedad democrática debe enarbolar como enseñas primordiales de su vida colectiva. Si la falta de uno sólo precipita a la confusión y el desconcierto, adonde nos llevará la pérdida de todos ellos. Nuestra democracia corre un peligro inminente. Existe un empeño constante en engañar a la opinión pública, en permutar ideas y conceptos para legitimar actuaciones perversas. El infundio, el ardid, el engaño, un trápala inconsistente ciñe todas las actuaciones del gabinete cuya máxima expresión la encontramos en el Congreso. ¡Qué bien aprendida está la lección¡ ¡Qué buenos alumnos tiene el máximo instructor! Contemplar el convulso arrobo de la señora vicepresidenta -doctorada ‘cum laude’ en estos menesteres- que se traduce en una desmedida gestualidad y en agitados aplausos, ante la fascinación que siente frente a las mentiras y exabruptos lanzados por su jefe de filas, al que sustituirá en su ausencia expresando las mismas falacias con su histrionismo exagerado, o presenciar la rufianesca chulería del portavoz arguyendo como razonamiento primordial en sus vociferantes comparecencias, el improperio, el denuesto y la zafiedad, jaleado por la ‘claque’ servil que le acompaña, son algunas de las múltiples y lamentables actuaciones a las que tenemos que asistir diariamente en el edificio de la Carrera de San Jerónimo.

Pero Dios existe y es misericordioso. Se las prometían muy felices, se les llenaba la boca de gratitud hacia esa ralea secesionista y rebelde ante la que llevan siglos humillándose -y humillándonos- por la cercana aprobación de los presupuestos generales. Todos lo daban por confirmado. Qué aura de felicidad adornaba tanto a la sra. Montero como al sr. Bolaños. Se les iluminaba el rostro cuando ante los medios lo aseguraban con rotundidad. ‘Tendremos presupuestos’. Pero no. Habrá que prorrogarlos. Algo que contemplaban como la máxima perversión política, como un colosal extravío cuando eran otros los gobiernos o administraciones que tuvieron que lidiar con el mismo problema, se convierte en su caso en un requisito usual, ciertamente ordinario y frecuente que no conlleva ningún contratiempo. ‘Eisdem signis’. 

Una nueva caída en el calvario ‘sanchista’. Y no será la última.