Cuaderno de bitácora

La clave (I)

Mientras el Gobierno Central aún no ha conseguido masticar las espinas tamaño escarpia germinadas de la rosa en las elecciones gallegas, Yolanda Díaz ya había pasado página, abandonando a su suerte a la candidata de Sumar en Galicia, diluyéndose en la inexistencia junto a Podemos.  

Sólo Ana Pontón se presenta autocomplaciente, ufanándose de un triunfo que en realidad soslaya que, lejos de crecer, el BNG se ha estancado desde hace dos décadas al no haber sabido conectar con el presente  —y aún menos con el futuro—, atribuyéndose un crecimiento que no obedece sino a capitalizar el voto de castigo al PSOE. 

A excepción de Democracia Orensana, que con un escaño se queda sin grupo parlamentario ni voz, condenado al silencio, la inexistencia y el olvido, el resto se quedó en el limbo, sin que nadie haya acertado a entender lo resultados pese a los vaticinios de los más agoreros.

Para comprenderlo es necesario viajar en el tiempo, porque todo lo que en estos comicios ha sucedido —igual que mucho de lo que acontece en la actualidad española—, es fruto del colonialismo y consecuencia del desastre del 98, con la pérdida de Puerto Rico, Cuba y Filipinas.

Por si no bastara, con una economía hundida, España firma el tratado germano-español con el que vendió por 20 millones de pesetas las Islas Carolinas, las Marianas del Norte y Palaos, sepultando todo vestigio del más grande imperio, en un momento histórico en el que las coronas europeas ensanchaban los confines de su dominación colonial, provocando un daño moral irreparable en la sociedad española. 

A este drama se suman las drogas, dado que desde el final del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX, se popularizó el consumo de cocaína y opio. El láudano, un macerado de opio en vino, se administraba como panacea, desde indigestión o diarrea, todo tipo de mal o dolor, incluyendo la salida de dientes o el cáncer. De uso, adquisición y consumo legal, recetado incluso por facultativos y recomendado por boticarios, hasta a los más pequeños se les suministraba opio para que durmieran, propinándoles cocaína a la mañana para que espabilaran. Todo esto sucedió de manera universal e ininterrumpida hasta que las autoridades comenzaron a restringir e incluso prohibirlas, aunque para aquel entonces el daño ya era patente en una sociedad trastornada, dispuesta a enzarzarse sin pudor en cualquier conflicto.

Esto explica por qué unos violaban monjas, asesinando a cualquier religioso; profanaban tumbas o torturaban y ejecutaban a ciudadanos en centros clandestinos de detención, mientras otros entraban en cualquier casa, sacando al propietario de la cama para descerrajarle un tiro en una cuneta. En una situación normal de gente mentalmente sana, la condición moral incapacitaría para una conducta tan bárbara y depravada. Sólo un pueblo embrutecido puede llegar a ese punto de ir a divertirse el domingo a la sierra, a pegar unos tiros para ver si acierta y vuelve a casa tras cobrarse una vida humana.

La guerra civil española constituyó una concatenación de golpes de Estado contra el Gobierno de la República, empezando por el que ejecutó el PSOE y terminando con el del coronel Casado. La omisión del Gobierno a la hora de obligar a cumplir la condena a Largo Caballero propició la primera y fallida asonada militar, hasta un segundo alzamiento por parte de los generales Sanjurjo y Mola, capitalizado finalmente por Franco al ser nombrado Jefe de Estado.

Si hay algo esencial es comprender que ni un golpe de estado ni una guerra civil surgen espontáneamente, sino que se fraguan y estructuran en el tiempo.