Cuaderno de Bitácora

Ku Klux Klan

Los huesos de mi abuelo nutren la tierra de la Gilda y el txakolí. Mi abuelo era un ribeirao de pura cepa. Para quien lo desconozca, el término es el gentilicio en gallego que designa a los habitantes del Ribeiro, esa patria chica milenaria donde se produce uno de los vinos más antiguos y afamados del mundo. 

A la par que en el pasado siglo XX ese trozo del paraíso vivía la decadencia, fruto del abandono de las autoridades nacionales, que tragaron con las acusaciones francesas interesadas en socavar tan prestigiosos caldos para promocionar los suyos, una vez recuperados de la epidemia de filoxera que arruinó su viñedo. Como todas las historias, las grandes y las pequeñas, la de mi abuelo discurrió por el camino del hatillo, la rústica maleta y el exilio económico en busca de nuevos horizontes de bienestar. El entonces maduro Fidel se marchó a las Vascongadas donde la pujante industria demandaba hambrienta brazos para producir. Lo que desconocía era el panorama que se iba a encontrar: ser un extraño en su propia patria, un inmigrante desdeñado, un ciudadano de segunda.

Un mal día mi abuelo murió y, dejando que sus huesos blanquearan en Euskadi, mi abuela hizo el camino de vuelta a aquel Ribeiro que jamás dejó de susurrarle, poniendo tierra de por medio con aquella región vasca donde cada día le recordaban cuán extranjera era. Y así, mientras los cachorros nacionalistas intentaron en vano convencerla de que el txacolí era el mejor caldo del mundo, mi abuela se reía al calor de una taza del insuperable Ribeiro: ¡allá ellos con su mosto flojo y ácido!

Desde la creación de las fundiciones y altos hornos,  a finales del siglo XIX, esas oleadas de trabajadores que emigraban a las tierras vascas comenzó a incomodar a los originarios. Tan es así que  ese fue el germen de la creación del PNV. Basado en el nacionalismo romántico de la época, con una invocación profunda a la lengua, la religión y la raza, desde el tradicionalismo de centroderecha. Esto sucedía ante el temor  de sus afiliados a perder su identidad cultural, rechazando a aquello y aquellos que no correspondiera con su perfil identitario. Su lema, “Jaungoikoa eta lege zaharra”, traducido al castellano “Dios y la ley vieja”, lo dice todo. Su evolución lo ha llevado, a lo largo del tiempo hasta hoy, a un punto análogo a la Antigua Convergencia y Unión catalana, y actual Junts: la reivindicación de lo propio frente a todo lo ajeno, aunque en esto las formaciones políticas catalanas muestran un más acusado racismo y xenofobia, hasta parecer los primos europeítos del Ku Klux Klan.

Por eso chirría tanto que Sánchez grite como una verdulera que su gobierno es progresista. ¿Progresista? ¿Pero de quién fue la solfa de que el PP es la fachosfera y Vox la extrema derecha, cuando el PNV y Junts están sentados a la derecha de la derecha de Dios Padre?

Está claro que Sánchez el Narciso, su cancerbero Oscar Puentes el Bocachancla, su vicepresidenta el Tucán Gallego, y Francina Armengol La que la Arma, de la leche del desayuno hicieron cuajada en el estómago cuando a los más viriles se les pusieron de corbata al ver cómo fracasando la Ley de Amnistía, se les venía abajo el castillo de naipes de los Presupuestos Generales del Estado. Resulta obvio que pensaban que les iba a resultar una votación tan sencilla y gratuita como la cagada de modificar la última parte del articulo 49 de la Constitución, que plasmando una diferencia de derechos por motivos de sexo entre las y los disfuncionales, deroga a la propia Carta Magna al reventar el principio de igualdad.

Para la posteridad la foto: Sánchez, que es de opinión e ideología errática, salió del hemiciclo con la mueca de quien ha catado las mil maneras de morder el polvo. A Bolaños se le ha quedó la cara más a cuadros que el kilt de un escocés, sin atinar cómo  la ultraderecha nacionalista, xenófoba y racista del “gobierno progresista” se alineaba contra el propio Gobierno,  liderados por esa a quien Feijóo bautizó como “La que manda”, y es que por si Sánchez no había entendido el adagio de que dos cocineros estropean la salsa, ahora le ha quedado claro que cuando hay dos capitanes, el barco siempre acaba naufragando. Está de más decir que a mi abuelo se la refanfinfla.