ARS GRATIA ARTIS

Juan Larrea y el Museo de América de Madrid

Al poeta y ensayista Juan Larrea (Bilbao, 1895- Córdoba, Argentina, 1980), le recordamos no solo por su vasta obra poética, también  por su faceta de coleccionista quizá menos conocida y que quedará ligada a los comienzos del Museo de América de Madrid en 1941, antes Museo Biblioteca de Indias. Su honda afición por coleccionar que se origina en sus años jóvenes le llevará a reunir un amplio conjunto de arte inca, resultado del interés por la cultura peruana precolombina a la que accede a raíz de su estancia en Perú entre 1930 y 1931. En ese empeño invierte una buena parte de sus recursos hasta alcanzar un considerable número de objetos que dona a esa institución museística.Todo un legado de gran calado que incluye alrededor de medio millar de piezas, y que lleva por sus contenidos a profundizar en su valor histórico- artístico, en las motivaciones del coleccionista, en los beneficios de su aportación y en líneas más generales en el papel del coleccionismo como elemento primordial ligado a la vida e historia de los museos.

El interés por coleccionar es habitual en el mundo intelectual y con respecto a las artes primitivas de Oceanía,África o América, estas constituyeron para ciertos artistas de las vanguardias históricas europeas todo un descubrimiento que sería decisivo; las antiguas creaciones en contacto con aquellas mentes preclaras, ayudaron a romper con los cánones de un academicismo agotado; la asimilación de esas formas de enorme pureza, derivará hacia totales rupturas tanto en lo que atañe a conceptos como a la instauración de nuevos lenguajes necesarios para los artistas que buscaban cortar con etapas anteriores y así definir sus posicionamientos. Las figuras que aludían a los humanos, al mundo animal o a deidades cautivaron a Jean Arp, a Constantin Brancusi. Además Pablo Picasso y Joaquín Torres García encontraron entonces en el arte de los antiguos pobladores de la Península Ibérica, en los siglos VI y I a.C. grandes respuestas que fueron esenciales a la hora de configurar corrientes como el cubismo. Los surrealistas del Primer Manifiesto, con los que Larrea comparte postulados, descubrieron igualmente el exotismo de los paisajes de las islas Canarias y del Caribe y las ancestrales imágenes de las culturas mexicanas y centroamericanas portadoras de expresiones oníricas. Y las primitivas esculturas y objetos que contemplaban en el Museo del Louvre y en el Museo Arqueológico de Madrid, o las figuras que compraban en mercados y guardaban en sus estudios quedarán para siempre vinculadas a las evoluciones del arte en los comienzos del siglo XX. Es por tanto esa relación: primitivismo-vanguardia, una ligazón muy profunda y espiritual que se da en ciertas creaciones que hoy son iconos, y que las aleja de suposiciones banales y superficiales que se puedan hacer desde el desconocimiento.

De la seducción por esos objetos, la puesta en valor de su significado y fundamentos extraordinarios, símbolos de la esencia humana, deriva el afán por coleccionar que se produce en numerosos artistas, véase el ejemplo de Eugenio Granell, y sus colecciones de arte étnico guardadas en la Fundación Granell de Santiago de Compostela, compañeras en el proceso creativo. En cuanto a las colecciones de Juan Larrea del Museo de América, estas denotan hasta qué punto la atracción por las primitivas culturas peruanas va ligada en buena parte a la esencia de su obra, un legado excepcional que no se debe aislar de sus orígenes y de quien fue su impulsor. Obviar sus motivaciones sería falsear la historia y también parchear su impecable trayectoria que comienza en el terreno de la poesía de vanguardia que se produce en España en la segunda década del siglo XX. 

Entre París y Madrid, Larrea vivió de cerca las evoluciones del arte de vanguardia que enlazaba a poetas y artistas, franceses, españoles y sudamericanos. Pronto se adscribió a las corrientes renovadoras, publicó sus primeros poemas en 1916 en las revistas ultraístas Grecia y Cervantes; durante su estancia en París entabló amistad con Picasso, Juan Gris, César Vallejo, Tristán Tzara, Max Aub y Reverdy; escribió sus versos en francés, siendo especialmente relevante la sintonía intelectual con el poeta chileno Vicente Huidobro con el que comparte las teorías “creacionistas”. En su larga etapa de exiliado, se nutrió de la riqueza de la cultura hispana, de su mestizaje; en la obra ensayística desarrollada en las largas estancias en México, EE.UU y Argentina se incluyen textos sobre arte (El surrealismo entre Viejo y Nuevo mundo, 1944 o “Guernica”, 1977), resultado del conocimiento directo de los hechos expresados con la proverbial precisión y agudeza.