Cápsulas viajeras

EL HAUL : “el arte de la palabra”

Durante el trayecto de Nuakchot hasta Atar, una ciudad del noroeste de Mauritania y el principal asentamiento de la meseta de Adrar, veía cómo el viento levantaba la arena que cubría la carretera. De repente, un sonido inigualable me despertó, ya que iba medio dormido. Nunca había escuchado nada igual. Aquella voz salía de la boca de la mujer que viajaba atrás cubierta en una tela de color naranja. Era la música tradicional del Sahara Occidental, un estilo conocido como el género Haul identitario del pueblo saharaui. Una voz potente e íntima, con diferentes timbres, ritmos, sonidos vocales y melodías. Era una música con influencias diversas: bereber, árabe y sudanesa. La mujer improvisaba tocando con sus palmas, duplicando el ritmo y las notas. Era una melodía profundamente femenina, un encuentro de sensaciones y sonidos, donde se entrelazaban la resistencia, el amor y la guerra. Un elemento de rebeldía debido a la situación política que vive este pueblo en discrepancia por la descolonización del territorio. 

La música llega a nuestros corazones en las alegrías y tristezas, ya sea en el desierto, en los océanos, en los campos o en las ciudades. Quedé asombrado por su voz. Sus cánticos me habían despertado y entonces la música volvió a mí, recordándome que era la voz de los pueblos, encarnando el dolor y la alegría de las razas. Una voz que había escuchado tantas veces en el camino, resonando en los tambores y en aquel patio del colegio en Djenné, en Mali, en todas partes, en las casas de Burkina Faso, aquí y allá, en el mundo que conocí y en el que nunca conoceré. La voz que canta en las voces de quienes cantan, siempre estaba presente, aunque no todos los días pudiera escucharla, al igual que no siempre podía ver la misma estrella en el firmamento. Solo así pude entender que la música es tan vital que no nos abandona ni siquiera cuando nos despedimos de los seres queridos, ya sea en llanto o en celebración. Las aves cantan, los animales de la tierra y del mar, la naturaleza en sí, todos cantamos y habitamos el mundo desde hace millones de años. Pero el canto de aquella mujer bereber me hizo reflexionar que África podría ser el origen de todo, y el Sahara, hacia donde me dirigía, un germen de arena donde todo el misterio ocupaba su lugar por primera vez.

Cuando cesó la voz de aquella mujer, el silencio volvió, y con él, el desierto tomó forma y belleza. Era un espacio privilegiado donde era fácil escuchar a Dios, un silencio sereno que nos habita. 

Cuando la furgoneta hizo una parada, el hombre que estaba a mi lado se bajó y me regaló su turbante, una tela de unos tres metros que llevaba enrollada en su cabeza. Este gesto mostraba la cortesía de aquella persona, que me decía: "No mires a un bereber diferente, siéntete simplemente un hombre libre, de palabra, y mírame de tú a tú".