El Perfume del Vino

Hacia una filosofía práctica del vino: Preámbulo

Perfume del vino
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Francisco de Asís comprendía desde el corazón el lenguaje invisible de la creación. Veía belleza allá donde los demás no podían verla, la belleza de lo perfecto y la belleza de lo imperfecto. Posicionándose a una distancia infinita de la obra la veía en su conjunto desde la libertad de la contemplación, desde el entretiempo. Como diría Leibniz, en lugar de buscar decir "todo está bien", prefirió decir: "el Todo está bien" o "todo está bien para el Todo". Sin embargo nuestra existencia y su interpretación estética están enmarcadas bajo la incertidumbre de una lectura imperfecta.

El pensador Joan-Carles Mèlich, en su ensayo –– La sabiduría de lo incierto (2019), afirmará: “No sé leer ¿Acaso alguien podría decir que sabe? Nos pasamos la vida leyendo, pero nunca aprendemos.” Y nadie lo sabe porque leer con todos los sentidos es una forma de vida, y nadie sabe vivir.

Esta incapacidad de leer los signos que nos ofrecen los sentidos, incluido el del olfato, se hace omnipresente en la sociedad de la hiperestimulación. Una sociedad postmoderna que nos ha acostumbrado a pensar y sentir sin moldes ni criterios, tal como lo planteó Jean-François Lyotard.

Nos cuesta recordar una fragancia, interpretar un perfume o, porque no, interpretar los aromas de un vino. Y es que, efectivamente, el vino es el acto de gracia supremo que suscita predicamentos que nos permiten interrogar y nos fuerzan a reconsiderar el conocimiento y la estética tradicionalmente aceptados en nuestra experiencia vital hedónica ante el Todo.

Desafortunadamente en la sociedad de la hiperconectividad no se nos enseña a oler porque los aromas, al menos hasta el momento, no pueden ser utilizados como una forma eficiente de control social. Y esto es debido, en parte, a que el olor no se puede digitalizar. De tal manera que el lenguaje olfativo permanece hermético, resultando difícil su conceptualización y posterior descripción.

Son los fundamentos epistemológicos y ontológicos actuales en el lenguaje y la filosofía olfativa los que se han quedado cortos para un sentido tan primitivo y emocional como es el del olfato. A la par que tampoco existe una estandarización en su taxonomía metafórica ni metonímica. 

Aunque muchos harían lo posible por tenerlo o imponerlo, nadie tiene bajo control las condiciones de su experiencia olfativa. Y esto es debido a que el ser humano no puede identificar de manera confiable los olores característicos distintivos de los componentes en las mezclas que contienen más de tres compuestos. Ese es el límite que marca el avance hacia el enigma, hacia el significado oculto de todo aquello que olemos y experimentamos.

Y sin embargo el límite puede traspasarse.

Los aromas de dichos componentes pueden ser desenmascarados e identificados en las mezclas mediante el uso, no de esencias, sino de las moléculas volátiles que originan los aromas. Al olfatear de forma individual las moléculas volátiles presentes, por ejemplo en el vino, les otorgamos la misma jerarquía desde el punto de vista de su umbral aromático. Dicha desjerarquización permite desenmascarar, detectar e identificar aquellas moléculas volátiles opacadas por aquellas otras que se encuentran en mayor concentración o en las que su umbral olfativo es más bajo.

De no hacerlo, se corre el riesgo de permanecer bajo la seducción de la magia indescifrada de una imagen olfativa carente de sentido. Subyugados en la interpretación del código original de los aromas el verdadero mensaje del vino ni nos alcanza ni nos trasciende, quedando expuestos a que, en última instancia, sean otros, cual sacerdotes, los que nos traduzcan e interpreten mágicamente los aromas del vino, obligándonos a apreciarlos desde un simple “me gusta o no me gusta” o a lo sumo ofreciendo ingenuos e intrascendentes descriptores como son, entre otros, el aroma a “frutos rojos” o a “flores”. Cabe decir que los aromas, a flores y a frutos se encuentran en absolutamente todos los vinos.

La sociedad de la tecnología digital y la hiperconectividad no ha resuelto el problema, ya que seguimos atrapados en la idolatría de la imagen olfativa barata. De hecho se ha agravado ya que nuestro hedonismo discurre bajo un sutil control social fomentando una homogeneización de las formas de vida y los patrones de consumo.

Y es en este tenor que, subyugados por la dictadura de lo igual la sensualidad del misterio de todo aquello que olemos se pierde en las redes sociales. Es una forma de control donde los estándares impuestos bajo la presión social privilegian lo que es popular y convencional en detrimento de lo singular y diferente, restringiendo la diversidad y la libertad individual.

Y el mundo del vino no es ajeno a esta problemática.

No hay diversidad en las descripciones aromáticas de los vinos, haciendo que todos los vinos huelan igual, al menos en el texto. Y pocos se dan cuenta de ello. Esta cultura del conformismo inhibe la capacidad de crear nuevas formas de pensamiento y acción, inhibe la innovación, la creatividad y la originalidad y el placer suscitado por nuestros sentidos.

Al final, la realidad ontológica del vino, −el ser, más allá de la vigía y aduana del sentido, permanece atrapado en la oscura noche de la materia sin emoción y sin palabra de Eugenio Trías.

¿Existe algún modelo de resistencia a la uniformidad, para recuperar, a través del olfato y del vino, la diversidad y la riqueza de la diferencia en la sociedad contemporánea?… 

[Continuará]