Nadando entre medusas

La felicidad no se vende en internet

Gracias a la neurociencia moderna y a las técnicas de imagen como la resonancia magnética funcional, hoy podemos hablar de las diferencias entre el cerebro del hombre y el de la mujer. Por ejemplo, sabemos que la maduración de la corteza prefrontal (la que nos permite razonar), en las mujeres esta zona termina de interconectarse alrededor de los veintiún años, mientras que en los hombres puede tardar hasta los veintiséis. Otra diferencia se halla en el área tegmental ventral, una de las más importantes en la producción de dopamina, la hormona del placer. Este área es un setenta por ciento más grande en las mujeres, diferencia que, entre otras cosas, les permite descorchar unos orgasmos cuya intensidad y duración, a los hombres no se nos permite ni siquiera imaginar. 

Pero con el paso del tiempo, una duración de tres años según los expertos, los receptores de la dopamina comienzan a perder sus conexiones. La atracción física disminuye y la pasión comienza a perder la importancia que tanto tuvo al principio. En ese momento entra en juego la oxitocina, una hormona que además de servir para que la mujer aumente la amplitud y la frecuencia de las contracciones durante el parto y después permitirle la lactancia materna, también le sirve para crear y mantener vínculos que van más allá de la maternidad. Por ejemplo, en las relaciones sociales y, principalmente, en el amor de pareja. Muchos la llaman la hormona del vínculo. Lo que ocurre es que la mujer la segrega en cantidades mucho más altas que el hombre. Quizá ello explique por qué, después de hacer el amor, él sea el primero (o el único) en darse media vuelta. 

Pero después de la lluvia torrencial durante los primeros años de dopamina y de otras hormonas como la adrenalina y las endorfinas, si la pareja no conserva unas ilusiones compartidas, un proyecto en común y esa secreta complicidad que les permite pasear por el mundo como si todos los relojes de este mundo, gracias a un beso, dejarán de funcionar...,  si la pareja no conserva nada de eso, no segregará esta hormona que provoca la empatía, la admiración, la confianza, la generosidad, la ternura, la esperanza... Es decir: todos esos ingredientes que le van a permitir agitar a cuatro manos la coctelera de la felicidad.

El problema es que en las relaciones humanas, hoy, se da más importancia a la química de la atracción, que permite la unión, que a la química de la conservación, que garantiza la pervivencia. De ahí que tantas relaciones se presenten frágiles, poco duraderas y condenadas a desaparecer una vez que disminuye la pasión. En definitiva: relaciones que reflejan la sociedad actual, caracterizada por la urgencia del deseo y la inmediatez del placer. Una sociedad diseñada por el cibercapitalismo para crear individuos con una necesidad permanente de necesidades y una tenaz sensación de insatisfacción. Todo resulta efímero, porque todo caduca con una rapidez imposible de controlar. “Carpe diem, carpe diem", exclaman los fanáticos de la inmediatez. Pero la mayoría desconoce que “carpe diem”, literalmente, significa “agarra el día”, y no "vive el momento". Por eso confunden "vive el día", que es el mensaje que nos transmite “carpe diem”, con “vivir al día". Para ellos, lo importante no es vivir, sino gastar. Pues el cibercapitalismo les ha adoctrinado para que crean que es imposible ser felices sin consumir. Vivir el momento, para ellos, no es tener ilusiones: es satisfacer caprichos. Lo que paradójicamente les obliga a vivir para trabajar, en vez de trabajar para vivir. Pues satisfacer las necesidades que les crea la publicidad, es su forma de vivir el momento. 

Aunque no lo sepan, actúan como si tener fuera más importante que ser, poseer más urgente que compartir, dormir más necesario que soñar y producir más humano que aprender. Y además de vivir al día (en vez de vivir el día), viven obsesionados por estar al día. Es decir: al corriente de las últimas noticias y las últimas tendencias, lo que les convierte en poliadictos a la novedad. Como confunden lo clásico con lo viejo, creen que lo antiguo es enemigo de lo moderno. El futuro llega tan rápido que no les permite vivir el presente, lo que les obliga a vivir ignorando las lecciones del pasado. Voraces consumistas, creen que devorar el tiempo con ansia es lo mismo que degustar sin prisa el momento. Al igual que los cocodrilos, comen sin masticar y tragan sin digerir, pues dan más importancia al sabor de la comida que a las propiedades de los alimentos. Obsesionados con ofertas de todo tipo, se preocupan por averiguar el precio de las cosas, en vez de conocer el valor de las personas. De ahí que su concepto de la virtud acabe diluyéndose en el abismo de lo virtual. Y como todo es relativo, todo es cuestionable. Todo, menos la modernidad. Este es un tren al que hay que subirse en marcha. Y cuando lo hacen, no miran si los vagones están destinados a trasladar seres humanos, o borregos.

Por eso, cuando uno oye los argumentos que exhiben muchas parejas después de separarse, en vez de preguntarles por qué se han separado, a uno le entran ganas que preguntarles por qué se han casado. O por qué se han juntado. Pues una cosa es vivir juntos, y otra vivir unidos. Tanto si han sido muchos o pocos los años de convivencia, con sus argumentos sólo consiguen demostrar que en vez de una pareja rota, son un par de desconocidos. También se excusan culpando a las diferencias entre los sexos, sin saber que las diferencias de un hombre y una mujer que viven juntos, pueden ser las mismas que las de dos compañeras de trabajo que no se soportan, lo que demuestra que la causa del problema quizá no sea la diferencia de género, sino la exageración de los defectos ajenos. Pues en muchas de estas parejas, no son sus diferencias las que les separan, es su falta de amistad, la que poco a poco les distancia. Son amantes modernos que no rechazan el compromiso por temor a perder su libertad. Rechazan compartir su libertad, por temor a perder su individualismo. De ahí que, con el paso de los años, el único vínculo que les una sea el del aburrimiento. No saben que además del “carpe diem”, el poeta Horacio también nos recordó que, en el ámbito de la pareja, sólo podemos conocer nuestros recursos cuando nos enfrentamos a los contratiempos. Manteniendo la unidad en la diversidad, así se combate la hostilidad. Y cuando el nivel de las hormonas baja, la risa es el mejor afrodisíaco. Pues quien es capaz de hacerte reír hasta las lágrimas, también es capaz de secártelas. Quien tiene el poder de hacerte reír, tiene la facultad de hacerte olvidar. De olvidarte hasta de ti mismo, porque no te quiere sólo por lo que eres, sino a pesar de lo que eres. 

Pues la felicidad no consiste en vivir sin problemas, sino en compartir los miedos.