En román paladino

La escritura y el pensamiento

José López Martínez
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Siempre he sentido una inclinación especial por los escritores que han ido más allá de lo esencialmente narrativo, es decir, por los autores que han echado por delante el pensamiento. Incluso, pienso, que en el fondo de todo auténtico escritor existe una predilección hacía la indagación de los fenómenos de la existencia humana, ¿Acaso no sucedió así en los casos de Cervantes, de Shakespeare… El Quijote es la novela donde se nos alecciona sobre los trances del amor y del dolor. Sobre todo en los mismos albores de la lengua castellana, ¿no son hermosas lecciones las fabliellas, El Conde Lucanor?... Por decenas podrían multiplicarse estos ejemplos en la madurez y grandeza de nuestra universal lengua castellana.

Sucede, sin embargo, que cada época tiene sus peculiaridades derivadas, sin duda, de los problemas que iba generando el diario vivir. Muy antiguamente primaron los asuntos  míticos y  religiosos. Había que seguir adelante. El mundo culto era más reducido, más uniforme y existía una cierta resignación para aceptar y entender cómo habían sido heredadas de una a otra generación. Las gentes de aquellos primeros siglos tenían conciencia  de que el mundo había que aceptarlo tal y cómo era, de que el hombre no debía tocar para nada el organigrama de la vida. Resulta que la vida terrena valía apenas más de lo que aparentaba; que lo importante consistía en la inteligencia

Hasta el siglo XVIII las cosas apenas experimentaron cambio alguno sobre todo en lo fundamental. Serían la Iustración y la Revolución Francesa uno de los primeros y más universales toques de atención. Por primera vez, en varios siglos, la escolástica sufría un duro golpe a cargo de los racionalismos que llegó para quedarse. Para Kant y sus seguidores ya no habrá dogmas ni barreras que detengan sus afanes filosóficos. Se piensa desde una mayor libertad y se descubren parcelas inconmensurables en los paisajes del pensamiento. Por vez primera se nos informa de que el mero hecho de nacer ya crea en el nacido unos derechos inalienables: los Derechos Humanos, que serían universalmente reconocidos por la Sociedad de Naciones.

Pienso que la cultura es uno de los mayores bienes que podemos dar al mundo; pero una cultura responsable y humana que vaya más allá de lo retórico y contemplativo; la cultura que ponga al alcance del público la gran maduración que nos conduzca a pensar por nosotros mismos. No cabe duda de que esto implica una gran responsabilidad para nuestros intelectuales y educadores, principalmente.