Diario de a bordo

Elogio-del-burro

El burro, el asno es sin lugar a dudas el animal más denigrado e infamado  de la historia. Se ha convertido injustamente en el sinónimo habitualmente utilizado para describir a la persona ignorante, terca, lerda, torpe, aunque haya servido al hombre desde la más remota antigüedad empleado en las labores más ruines y agotadoras pero absolutamente necesarias, acompañando al género humano en el lento pero continuado camino de la civilización. 

Tanto remolcando un arado o  cargando pesos abusivos como sustentando en su lomo la preciosa carga de una María embarazada, este animal ha probado suficientemente el porqué ha sido y sigue siendo absolutamente imprescindible para el hombre. 

El burro, el pollino, bestia de carga,  es humilde, duro, sobrio, tierno, dócil, resistente, fiel, frugal en el comer y en el beber, indispensable para el campo y las sociedades rurales. Tonto el burro? Nada más lejos de la realidad a pesar del asno de Buridán. Que se lo digan al burro ‘Perico’. Es más inteligente que el caballo, la aristocracia équida, y su acreditada ‘terquedad’ no es otra que un sentido práctico que le lleva a incumplir una orden cuando ésta puede suponer un peligro para su integridad. Calcula el momento y toma la decisión más ajustada a sus intereses. 

Ha sido la contrafigura de ‘Rocinante’, rucio de Sancho; sobre un asno blanco entró Jesús en Jerusalén camino de su Calvario y la burra ‘Buraq’ trasladó a Mahoma hasta el séptimo cielo; Goya los convirtió en personaje central de sus ‘Caprichos’; la imperial Roma honraba al asno y lo consagraba a Príapo; hubo un burro flautista y Seth, hermano de Osiris, patrón del Alto Nilo, lució cabeza de asno y un pollino conducía al reo hasta el Auto de Fe. Todas las religiones, todas las culturas, todos los continentes, la Humanidad entera tiene una deuda con este admirable animal. ¡Cuántas cosas sobre nosotros mismos podría contarnos si fuese capaz de hablar, como la burra de Balaam!

Pero ese deseo se hace realidad y es posible gracias al eminente actor Carlos Hipólito, transmutado en histórico jumento que desde su ‘establo’ del teatro Reina Victoria y remontándose al primigenio y libre onagro, va desgranando la crónica ancestral acontecida a lo largo de la permanencia en la Tierra del humilde pollino, que es igualmente la del hombre,  al que siempre acompañó.  Desde Esopo hasta Cervantes, desde Apuleyo hasta Juan Ramón, el burro ha sido protagonista de múltiples historias contenidas en páginas escritas por los más reputados literatos y figura de eximios artistas en múltiples creaciones. Para todo ha servido en su abundante iconografía. Para lo bueno y para lo malo. Amado por los niños y maltratado por los hombres.

Este gran farsante nos embelesa y enternece, arranca una sonrisa, hace aflorar una lágrima huidiza y entrega todo su arte inmenso para que este burro recorra en una gloriosa analepsis su vida, que es la nuestra. Carlos, el burro Hipólito, pone en su boca las palabras que amorosamente eligió Álvaro Tato de cuantos burros ilustres han transitado por la historia de la Literatura, entreveradas sabiamente con las que de su coleto surgieron, convirtiendo al actor en el asno totémico, el asno de todos los asnos, que bajo la benigna fusta de Yayo Cáceres nos transporta a la incomparable aventura que a través de los siglos y generación tras generación ha ocupado la heroica existencia del burro.