Proserpina

El último canto

Marisol Esteban
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Durante cientos de años, en la isla hawaiana de kaua’i, vivió la última especie de los Moho Braccactus, de la familia Mohoidae. Eran los pájaros más pequeños del archipiélago, con sus apenas veinte centímetros de longitud, y los únicos con el iris de color amarillo, a juego con la parte superior de sus patas. El resto de su plumaje era de un marrón pizarroso. 

Hasta mediados del siglo XX, estas aves bautizadas por los nativos con el nombre de ‘O’o de Kaua’i, colmaban el aire de los bosques que habitaban con su alegre y aflautado canto, desde los  cañones de altísimos árboles en cuyas cavidades anidaban, hasta la superficie hacia donde descendían para alimentarse de pequeños invertebrados y engolosinarse con el néctar de Hibiscus púrpura, Gardenias, Rosas de Sarón, Aves del Paraíso o Corazones de fuego. Pero a partir de entonces, esa especie tan frágil y vulnerable comenzó a reducirse poco a poco.

Primero llegaron depredadores como la mangosta india, el cerdo doméstico y la rata Polinesia, pero uniéndose en bandada, avisándose los unos a los otros, aprendieron a esquivarlos de manera significativa. A ellos era fácil localizarlos. Pero entonces fueron los mosquitos, enemigos minúsculos transmisores de enfermedades aviares, quienes fueron aniquilándolos sin piedad. Ya quedaban pocos cuando los huracanes Iwa e Iniki destruyeron su hábitat obligándolos a migrar, y huyendo además de los cínifes, se trasladaron a los bosque de la Reserva Natural de Alaka’i ignorando que sería su fin: aquellos árboles no eran adecuados para la construcción de sus nidos, y en 1960 apenas quedaban 34 ‘O’o de kaua’i, un regalo extraordinario para los afortunados que aún escuchaban su canto.

El músico francés Messiaen, en su obra el “Catalogue d’Oiseaux”, abordó el maravilloso canto de las aves desde la perspectiva de la música tonal. Pues bien, con todos mis respetos hacia el gran maestro, se quedó lejos del encanto musical intrínseco en el canto de los ‘O’o de kaua’i.  

En 1981 encontraron una de las últimas parejas, y en el 1985, la especie fue avistada por última vez. Fue en el 1987 cuando David Boynton, experto en historia natural, logró escuchar y grabar el canto de apareamiento del último macho. El audio, de una belleza sobrecogedora, es una llamada desesperada a una hembra que ya no existe ni existirá.

El canto de ese último ‘O’o de kaua’i se me ha quedado dentro, embriagándome de emoción y de una insondable tristeza. Por unos instantes solo se escucha el cri-crí de los grillos y piensas que al fin se ha rendido. Casi lo agradeces. Pero rápidamente renueva su mágico canto, infatigable, sin perder la esperanza, y estoy convencida de que continuó buscando esa respuesta hasta su último aliento. 

Ese canto baldío debería hacernos reflexionar sobre la soledad a la que podríamos enfrentarnos de seguir alimentando tanta estupidez humana. Tendemos a olvidar lo efímero que es el mundo que nos rodea y lo frágiles que somos.