Nadando entre medusas

El discreto encanto de la humildad

José Escuder
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Hace días le preguntaron a una conocida modelo que se acaba de retirar, si ser tan guapa le había obligado a sentirse constantemente perseguida por los hombres. Y ella, con fingida indiferencia, respondió: “No, porque la mayoría de hombres se sienten tan inseguros ante mujeres como yo, que no se atreven a acercarse". De la minoría restante que sí se atrevía a acercarse no dijo nada, pero podemos hacernos una idea, después de que la exmodelo anunciara su noviazgo con otro conocido multimillonario. Lo cual nos lleva a la siguiente conclusión: los hombres que no se atrevían a acercarse no lo hacían porque ella fuera demasiado guapa, sino porque ellos no eran lo suficientemente ricos como para poder provocar su interés. Y cuando el periodista le preguntó cómo iba a encauzar su carrera profesional a partir de ahora, la exmodelo no se lo pensó dos veces: “Tengo muy claro que quiero ser actriz". No dijo que pensaba hacer el bachillerato artístico y luego prepararse unos años para estudiar un grado en Artes Escénicas. No. Ella dio por hecho que logrará ser una gran actriz, porque su belleza le concederá el privilegio de saltarse todos los obstáculos y los sacrificios por los que la mayoría de mujeres tienen que pasar para poder conseguirlo. Por eso se permitió el lujo de añadir que está estudiando las ofertas que le están proponiendo. “Ya he empezado a leer algunos guiones, pero voy a ser muy exigente a la hora de elegir un papel”, advirtió. Quizá alguien debería explicarle que uno no se convierte en especialista en arte dramático, por el simple hecho de dar pena cada vez que abre la boca.

Sin embargo, el mundo de la moda nunca ha sido incompatible con el cine. Todo lo contrario. Ahí están Audrey Hepburn y Givenchy para demostrarlo. Tampoco la belleza está reñida con la inteligencia, como la misma Audrey nos demostró. Es la inteligencia la que suele ser enemiga de la estupidez, como la elegancia enemiga de la vulgaridad. Creer que el hecho de haber sido modelo te va a permitir ser una gran actriz, es tan infantil como creer que por haber sido gogó en una discoteca vas a poder ser “Prima ballerina" en la Compañía Nacional de Danza. Mientras la belleza está condenada a desaparecer con el tiempo, el talento, gracias al tándem esfuerzo-experiencia, está destinado a aumentar con la edad. Ahí están actrices como Diane Keaton, Helen Hunt, Meryl Streep o Susan Sarandon, para demostrarlo. Y el secreto de su éxito, parece ser el mismo en todas: sacrificio, sacrificio y más sacrificio. Y según Audrey Hepburn: “Nunca creerte más de lo que eres, para poder ser cada día un poco mejor. Pues sólo intentando ser un poco mejor cada día, puedes descubrir realmente quién eres”. Conclusión: la juventud no es la mejor aliada de la belleza, porque la belleza de una mujer necesita el inevitable paso de los años, para conseguir una plenitud verdadera.

Otra mujer que también lo tenía muy claro, fue Jane Austen. En su época no existía el cine, pero existía el talento femenino, aunque por ser precisamente femenino, muchos no lo reconocían como talento. Siempre quiso tener una buena formación académica, pero en 1786 tuvo que abandonar junto a su hermana el internado para mujeres donde estudiaba, porque sus padres no podían pagarlo. Eso le llevó a definir más tarde su concepto de la riqueza: “Mi ambición en esta vida no es comprar una gran mansión ni tener los mejores caballos. Mi sueño es vivir en una casa sencilla, pero rodeada de los mejores libros”. Es decir: estar siempre rodeada de los grandes poetas, de los grandes historiadores, de los grandes filósofos, de los grandes novelistas: eso era lo que le haría sentirse tan rica como afortunada. Pues la mujer inteligente sólo se siente realmente rica, cuando se siente, por fin, bien acompañada. Jane sabía que los amigos, al igual que los amantes, a veces vienen con la misma rapidez que se van, pero los libros siempre se quedan, demostrando una fidelidad que muy pocos amantes pueden garantizar. Y cuanto más leía, más humilde se sentía. Por eso, la autora de Orgullo y prejuicio dejó clara la diferencia entre el orgullo y la vanidad: “Aunque se usen como sinónimos, orgullo y vanidad son cosas diferentes. Una persona puede ser orgullosa sin ser vanidosa, pues el orgullo está más relacionado con la opinión que tenemos de nosotras mismas, mientras que la vanidad está relacionada con lo que piensen de nosotras los demás”. Para ella, la humildad era necesaria tanto para la belleza como para el amor, pues nunca somos tan engañados, como cuando nos dejamos seducir por nuestra propia vanidad. Es ésta la que nos impide reconocer que no podemos hallar el camino de la felicidad, si antes no hemos encontrado el de la sencillez. Y para no dejarnos arrastrar por ella, hemos de recorrer la senda del autoconocimiento. Por eso aconsejaba: “Mira en tu propio corazón, pues quien mira hacia fuera sueña. Pero quien observa su interior, despierta”.

Sin embargo, la simplicidad no siempre revela falta de ambición: es ésta, la que muchas veces deviene en falta de profundidad. "Por eso –decía- el secreto del éxito en una pareja es conseguir amar los pequeños defectos del otro, ya que son nuestras mutuas imperfecciones las que nos hacen perfectos el uno para el otro. Mientras la atracción define nuestros gustos, el disgusto por las imperfecciones del otro es lo que va a definir el horizonte, y la calidad, de nuestro amor”. Es decir: quien en su pareja busca la perfección en vez de la intensidad, está condenado a pasar de largo ante la felicidad: ésa que nos recuerda que no nos sentimos más unidos cuando más juntos estamos, sino cuando más cómplices nos sentimos.

Jane Austen nunca pretendió convertirse en actriz, pero las mujeres de sus novelas actuaban tan bien, que todas han acabado en el cine, el teatro y la televisión. Conocía perfectamente la sociedad donde vivía, y era lo suficientemente refinada como para poner a los demás etiquetas sin dejar de respetar la etiqueta, y de burlarse de sus costumbres sin mofarse de la tradición. Respecto al talento, dejó claro que la ironía es el suspiro de la inteligencia y la modestia el perfume de la discreción. Y respecto al éxito, decía, sólo cuando una mujer es dueña de sus silencios, puede ser dueña de su libertad. Porque las puertas que en ocasiones la belleza abre, son las mismas que a veces cierra la falta de humildad.