Crónicas de nuestro tiempo

Dentro de lo malo podría ser peor

La robótica, la tecnología, la globalización, las multinacionales y los mediocres llegados a la política -salvaguardada por la libertad para ellos- con los años ha ido frivolizando la solidaridad hasta convertirnos en seráficos espectadores, como cuando vamos de copiloto asustado, dirigiendo, frenando, acelerando y cambiando de carril mentalmente. 

Todo debió comenzar con el asfalto en las vías urbanas y autovías, gracias a los fondos de cohesión de la UE. Enseguida fueron llegando vehículos con aire acondicionado; los casetes de música; la alta cilindrada y sobre todo, el cierre hermético de los cristales, fue lo que nos desunió del mundo para ir perdiendo poco a poco ese cordón que nos humanizaba. Digo esto, recordando cuando llevando los cristales siempre bajados y si se pinchaba una rueda, enseguida nos prestaban ayuda otros conductores. Todos éramos solidarios y vecinos, porque la política, la globalización y la tecnología no habían entrado de lleno en nuestros hogares, industrias y comercios. Vivíamos pendientes de nuestro núcleo familiar, ilusión y supervivencia. 

Pues bien, en base a esa soberbia, arrogancia, suficiencia, nacería la intolerancia, la exaltación y por qué no decirlo.., el odio que nos transmiten los políticos sobre los que no piensan como ellos. Todo ese deterioro humano ha propiciado el nacimiento de una sociedad que ha sustituido la sensibilidad por la intransigencia. 

El mundo comienza a desfigurarse del plano de las relaciones que han servido para cultivar y superar nuestras debilidades al amparo de la solidaridad y convivencia como naturaleza humana de nuestra esencia. 

Este nuevo mundo que avanza por el sendero del materialismo, la indiferencia, la crítica, la soledad y la destrucción familiar, se va abriendo camino exterminando la poesía de las emociones que sirvieron para explicar un hecho con extensible sensibilidad. Hoy ya no se puede escribir una profunda carta de razonamientos recabando, apelando o reflexionando; si esta carta contiene más de medio folio. Todos decimos: "Es que las semanas vuelan y cada año cae como si fuera una estación climática" Efectivamente, se vive tan rápido que ya no hay deleite en casi nada. Todo se solapa olvida y archiva porque todo se hace con prisas. Los hombres, no todos, solo compran flores el catorce de febrero. Se ha perdido el protocolo del romanticismo y el refinamiento de las buenas formas. Apenas quedan caballeros y abundan las que nos desafían. No tenemos tiempo para ir al velatorio y al entierro de nuestro amigo. Su fallecimiento nos obliga a cambiar citas o comidas programadas. Morirse, no es solo el problema del difunto y la familia, sino, también el problema material que nos causa en el momento más inoportuno.., y lo peor (!) es que ya verás ¡Nos decimos! Como fulano nos joroba la Semana Santa, las vacaciones o la Navidad- ¡Morirse hoy día hace mucho trastorno a nuestros amigos! Mejor no pensarlo y morirse a lo más tardar. 

Vivimos en una sociedad precipitadamente expandida, donde los políticos se han convertido en empresarios que venden un producto engañoso sin garantía ni reparación a cambio de votos que servirán para multiplicar sus ganancias tributarias, gravar nuestras obligaciones, controlarnos más y ellos vivir mejor. 

Los empresarios que se encuentran hoy dirigiendo las grandes multinacionales y entidades más productivas se han hecho reflejo de esa mimetización instrumental a la qué los políticos se han subido para también ellos vender su mercancía a cambio de un suculento incremento de resultados sin la responsabilidad de los empresarios. No tiene ningún mérito aumentar los beneficios traducidos a votos, si esto se consigue engañándonos; que es lo que hace la industria del gobierno; no para conseguir mejorar el bienestar, sino, para conseguir afianzar su negocio a cuenta de nuestra candida irreflexión. 

Esta práctica generalizada en un mundo súper competitivo, es la causa de esa pérdida de valores y sensibilidad que se genera a partir de estandarizar la frivolidad y las prisas bajo el pensamiento del dicho de ¡Cada palo aguante su vela!