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Delacroix, o cuando la libertad guía al pueblo

Para disfrute y sensibilización de generaciones posteriores, hay obras de arte que han dejado constancia de momentos adversos y con el poder de la imagen creada, transmiten al primer golpe de vista  la esencia de una situación devenida en historia, a veces testimonio de un conflicto. Y entre ellas, una de las de mayor impacto y trascendencia es la pintura de Eugène Delacroix, (1798-1863) “La libertad guiando al pueblo”, (1830), lienzo de grandes dimensiones que exhibe el Museo del Louvre. La decisión de pintar el cuadro que inmortaliza un crudo episodio de lucha a favor de la libertad surge en Delacroix, como reacción a los acontecimientos acaecidos en París, durante las Tres Gloriosas. En los días del 27 al 29 de julio de 1830  los parisinos reaccionaron e indignados tomaron las calles para oponerse a los decretos firmados por el rey Carlos X, durante la Segunda Restauración, en los que se disolvía el Parlamento, se instauraba la censura de prensa y se promulgaba un nuevo sistema electoral.  Tal cambio drástico tiraba por tierra parte de los principios de la Revolución de 1789 y liquidaba libertades. El pintor vivió aquellos acontecimientos con acalorada vehemencia y aunque no participó de las revueltas, hizo algo mucho más sustancial que fue inmortalizar el momento en una de sus obras. Sobre ello escribió abiertamente en una carta dirigida a su hermano: “He tomado este motivo moderno de la barricada y aunque no haya luchado con las armas por mi país, al menos, sí he pintado por él “. Toda una declaración que evidencia el grado de implicación en los acontecimientos por medio de una nueva forma de afirmar los hechos. En ese sentido, se puede advertir además como Delacroix deja entrever el conocimiento y el interés por Francisco de Goya quien había plasmado unos cuantos años antes, los cruentos episodios que tuvieron lugar en 1808 con motivo de la invasión francesa, a través de los dos lienzos, fechados en 1814: El 2 de mayo de 1808 en Madrid o “La  lucha con los mamelucos” y  El 3 de mayo en Madrid o “Los fusilamientos“.  

La obra de Delacroix, refleja de un modo simbólico un caso real; las figuras conforman una situación narrada desde la mente impetuosa del pintor que había abrazado el Romanticismo. Y aunque esta es una pintura de historia, se aleja a todas luces de la descripción objetiva, al conllevar grandes dosis de contagiosa emotividad capaz de agitar corazones, de llegar a todas las conciencias. En el cuadro subyace una construcción piramidal; en la cúspide, y liderando la escena, la figura de la mujer, joven y próxima; todo en ella es relevante: porta un gorro frigio, emblema de la Revolución y alza con una mano la bandera de Francia y con  la otra empuña una bayoneta, alentando al pueblo a sumarse a la revuelta; encarna en su significado la libertad y el triunfo, pues la determinación del lenguaje corporal así lo atestigua; los movimientos, los gestos y la vestimenta pueden remitir a una evocación de la Victoria de Samotracia. 

La descripción aclara el lugar de los sucesos: la capital francesa, definida por medio de la Catedral de Notre-Dame y sus edificios colindantes, envueltos en una nebulosa, polvorienta; y en ese escenario, se encuentran representados una buena parte de los sectores de la sociedad: burguesía, clase trabajadora, niños, jóvenes estudiantes, y en el fondo, en el suelo: los caídos, los derrotados. 

Cuando Delacroix pinta esta obra se encuentra en un momento de ascenso en su carrera. Sin embargo y aunque la  pintura estuvo expuesta en el Salón de París en 1831, no gustó, fue criticada y se la consideró en exceso subversiva. Luego, pasará por adquisición a formar parte de las colecciones estatales pero no siempre estuvo expuesta. El tiempo le ha hecho justicia y  desde hace décadas ocupa un lugar de privilegio en la historia del arte universal, considerada como una de las grandes creaciones atemporales, cuyo mensaje moderno se proyecta hasta nuestros días. Desde su posición icónica, vigilante, advierte de nuevas y perturbadoras amenazas que pueden llegar a dañar irreparablemente el sistema de valores de Occidente.