La mirada del centinela

Cuestión de estilo

Que el estilo de cada cual define su personalidad es una certeza irrefutable. Y no me refiero al estilo a la hora de vestir, sino a su modo de gestionar las tareas diarias. Los hay que visten bien, pero se conducen en la vida con una miseria moral que desgarra jirones por donde pasa. 

El estilo del presidente del Gobierno y de la presidenta de la Comunidad de Madrid son muy dispares. El del primero es avieso y taimado, el de la segunda expedito y recto. Dos maneras de entender la política; si bien, a la política española no la entiende ni la madre que la parió. A Pedro Sánchez, aunque quiera disimularlo, se le ven las hechuras de galán de país subdesarrollado. A la presidenta Ayuso se le llevan los demonios viéndole tan ufano, encantado de haberse conocido. Entonces descarga su hacha dialéctica sobre el amigo de los prófugos. Se acordarán de que tenía el descaro de llamar indecente a Rajoy en un debate televisado. Ni el más pesimista pensaba en aquel momento que su bellaquería llegaría tan lejos. 

El estilo de Sánchez es el de un Maduro con traje a la medida; el de un espejero que recorre una galería donde no hay más ego que el suyo; el de un buhonero que destila el elixir de la paradoja en cada uno de sus votantes; el de un fantoche que regala sus besos a damas cegadas por el velo del éxito; el de un aguador que muestra la tinaja llena y se la bebe delante del sediento; un estilo chusco, en definitiva, con tics de dictador de latitudes tropicales. 

Está claro que a Sánchez no le gusta el estilo de Ayuso, y arma una zapatiesta cuando tiene ocasión en su objetivo de desprestigiarla. Sin embargo, la mujer férrea y liberal a la que se enfrenta le recibe a porta gayola. Porque aquí la brava es Isabel Díaz Ayuso y Sánchez hará el papel de morlaco que muere en la plaza política atravesado por el estoque de la justicia. 

Hay un estilo para casi todo: para ser artista, para ser un sencillo ciudadano de a pie y, por supuesto, para ser político. El estilo de Sánchez se mueve entre la autocracia de un césar romano y el absolutismo de un rey francés del XVIII, pero sin el glamur y la prosperidad económica de esos regímenes. Él solo aspira a estar ahí, en la cumbre del poder inane, enfrentado al espejo de su vanidad, preguntándole si hay otro líder político más apuesto que él, so pena de que aparezca otro paladín que le usurpe el trono por un puñado de votos. 

Por de pronto, Ayuso amenaza su supremacía. Ella, muy torera, seguirá con sus actos de desplante hacia el presidente que embiste el capote encarnado de su propio partido. El estilo de la presidenta es, como decía, más expeditivo. Resolutiva porque viene de cara, sin embozo, a nadie le gusta que nos oculten la verdad. Dos estilos bien diferenciados, dos caras de la moneda. La cara de Ayuso y la cruz que nos toca arrastrar mientras Sánchez ocupe el Palacio de la Moncloa. El estilo imprime carácter, pero el carácter de un gobernante fatuo puede acabar con el estilo de vida de todo un país.