PEN Colombia de escritores

Big estallido Bang

Carlos Vásquez – Zawadzki
photo_camera Carlos Vásquez – Zawadzki

SON NUEVE PODEROSOS PAÍSES los que, hoy por hoy, poseerían armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, Francia, China, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Posiblemente también, Arabia Saudita, Irán y Armenia

Y más de 13. 000 ojivas destructivas de la vida en el reino de este mundo –para parafrasear la novela fundadora del realismo mágico, escrita por el grande Alejo Carpentier.

El Big-Bang, recordémoslo, fue la explosión de una masa compacta de energía y materia que dio origen al universo, ello, hace 13.8 mil millones de años.

Ahora, se anuncia un Reloj del Apocalipsis para medir Big-Bang, Bang-Big, la proximidad del fin del azul planeta tierra y la humanidad: nuestro regreso, no a la semilla, cuanto a la Nada biológica y cósmica.

13 mil ojivas nucleares, a la orden, al alcance de manos políticas y militares –en su omnipotencia sibilante y su estupidez sin fronteras ni límites humanos conocidos— respirándonos al oído, cuyo potencial destructivo es “mayor que el de la Segunda Guerra Mundial, y listas para ser activadas en cualquier momento “ (A. López P., El Tiempo).

Big-Bang, Bang-Big, el péndulo del apocalíptico reloj que escuchamos –silenciosos, inermes, impotentes— en todos los rincones del planeta verde.

Las ojivas nucleares –palpitantes de terror y angustia— son armas de destrucción masiva que hacen parte de misiles balísticos intercontinentales. Como aquellos que pone a prueba el dictador impune de Corea del Norte. Contienen como elemento explosivo, plutonio o uranio, tratándose de fisión; y fusión, cuando es hidrógeno el factor explosivo.

Sus efectos serían inmediatos o primarios: onda expansiva, pulso de calor, radiación ionizante y pulso electromagnético. Los efectos retardados ocurrirían sobre el clima, el medio ambiente, el daño generalizado a estructuras básicas para la vida humana y un número calculable e incalculable de muertes luego de un ataque nuclear.

También habría efectos sinérgicos cuando un daño potencia a otro. Por ejemplo, la radiación disminuiría las defensas de los organismos, al tiempo que se agudizarían las posibilidades de infección en las heridas.

Los iniciales rayos gamma se absorberían y dispersarían en al aire que respiramos –en un microsegundo-- convirtiéndose en radiación térmica y energía cinética (ondas de choque).

Las explosiones a gran altura son las que producen mayor daño y extremo flujo de radiación, vgr. en el estallido de cabezas nucleares impulsadas por los cohetes del dictador coreano; o bien, de los presidentes de los otros estados poderosos, poseedores de armas nucleares.

¿Esconderse, guarecerse, ocultarse, sobrevivir?

Ningún lugar sería seguro, afirma un Boletín de los científicos atómicos: Todo lo que esté demasiado cerca –del estallido de una bomba nuclear, en un escenario apocalíptico— se vaporizaría instantáneamente, y la radiación, sería amenaza contante para la salud, incluso a distancia.

En los últimos instantes, no escucharíamos trompetas apocalípticas del Juicio Final, sólo el estallido pavoroso y el rumor ardiente que nos hará polvo y silencio. Incluyendo a los poderosos políticos y militares causantes de nuestra ruina. Así descansaríamos en la guerra y la paz, ya sin memoria humana o divina.

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