Con todo respeto

Me aterra que no haya límites

No me caracterizo por sentir pavor. He pasado por muchas experiencias en mi vida que a otros les hubieran supuesto un buen ramillete de terrores: me han apuntado varias veces con kalashnikov, dos veces con cuchillo, se ha caído una roca de varias toneladas a un metro de mí cuando iba a pasar por una curva…, pero con todo, no estuve demasiado cerca del terror en el pasado. Ahora me estoy acercando a ese sentimiento biológicamente frecuente.  

Siempre ha habido guerras en la humanidad, somos humanos, seres por naturaleza guerreros, fabricamos armas que no tienen otro destino que ser usadas para matar al otro, al vecino, al ajeno. Usar un arma como florero es algo que se le ocurrió a un artista genial, pero pocos han seguido su ejemplo. Las armas son caras y los floreros baratos, de modo que los claveles o las rosas se pueden poner en un vaso, una jarra… o dejarlas en su maceta, sin arrancar.  

La mejor arma, amar, batalla de palabras es el poema fetiche de una muy querida amiga escritora. Pero no, lamentablemente la mejor arma es la más mortífera y la que está en manos del más poderoso.

Se diseñan las guerras, se eligen los campos de batalla en las mesas de los magnates. Elon Musk ha dado satélites y drones a Ucrania para destruir las naves rusas en Crimea…, pero estas potentes máquinas pueden funcionar o no según la voluntad del pretoriano propietario de X, Tesla, eBay, PayPal, SolarCity  u Open AI, por citar algunas de las más conocidas de sus múltiples empresas.

Para una de sus últimas aventuras en el terreno de la sanidad, que tiene que ver con su empresa de neurotecnología, Neuralink Corp., ha pedido voluntarios para dejarse implantar chips que consigan curar enfermedades como la ceguera o la parálisis. Los chips igualmente bien programados podrían –probablemente podrán- borrar recuerdos o crearlos nuevos. A su llamada han respondido por el momento decenas de personas. Se prevé que para 2030 habrá más de 20.000 de esos chips implantados. 

La mayoría de los inventos tienen un loable objetivo, pero con el paso de los años la perversidad humana les da diferentes usos. La máquina de vapor, que llevó el progreso y la industrialización…, también supuso la pérdida de centenares de miles de puestos de trabajo; la dinamita, que absorbía la nitroglicerina en un material sólido para convertirla en más segura y menos peligrosa en las demoliciones controladas, terminó matando a decenas de miles de personas en las guerras posteriores.  

Sheena Josselyn, neurocientífica investigadora en mecanismos cerebrales de la memoria, visitó España el pasado mes de octubre. Su ponencia en Barcelona ante más de mil personas se titulaba "Crear y destruir recuerdos”. A la postre, el rastro de los recuerdos se lo debemos a unas cuantas neuronas dispuestas de una manera agrupada y estructurada. 

Josselyn en declaraciones al diario El País dijo que era bastante sencillo borrar de la mente determinados miedos, como por ejemplo el miedo a los ratones, que solo nos hace falta ya manejar las herramientas adecuadas. También contó que su marido había logrado con éxito implantar un recuerdo completo, un falso recuerdo, de momento en ratones. Continuaba contestando a las preguntas del entrevistador: 

  • ¿Podemos borrar recuerdos en humanos?
  • Ahora mismo no y no creo que quisiéramos

En contra de esa respuesta -el único elemento naïf que encontré en su discurso-, estoy segura de que más de uno podrá imaginar qué magnate estaría interesado en borrar o crear recuerdos de otros, porque eso puede dar poder, mucho poder. 

La ciencia seguirá investigando, y bien que hace porque su intención es (casi) siempre benéfica. 

A las administraciones (legislativa y judicial si otras se inhiben), corresponde poner límites, pues todo al final tiene que ver con los límites, las líneas rojas, las fronteras intraspasables… ya sea en el campo de la Neurociencia, de la Inteligencia Artificial…, o de la Carta Magna.   

Empezaba estas líneas diciendo que no soy persona dada a los terrores, pero los poderosos y  los que manejan como terreno propio los estados, las economías, las guerras, los seres humanos, los destinos, o incluso los recuerdos…, me están empezando a dar más que miedo.