Con todo respeto

Antonio Pérez Olea y el paralelismo con Ninette

Gloria Nistal
photo_camera Gloria Nistal

En la filmoteca nacional, en el mítico cine Doré, esta semana que termina han presentado un estupendo ciclo de un cineasta importante, una rara avis en el panorama del cine español del pasado siglo. Y ayer viernes, tuve la oportunidad de ver la película que cerraba la serie, Ninette y un señor de Murcia

Solo recordaba que era una obra teatral del genial Miguel Mihura que a mi madre le encantó y hablaba mucho de ella. Sabía también que era una película dirigida por el gran Fernando Fernán Gómez, y hasta ahí, nada más. Seguro que la había visto en algún momento de mi vida, pero no me acordaba del argumento ni por lo más remoto.   

Dado que fui al evento porque me había invitado uno de los hijos del cineasta, me interesé en su particular biografía y empecé a conocer detalles de su vida profesional. Antonio Pérez Olea (1923-2005) estudió música, en primer lugar, de la mano de su propia madre, la pianista Rosa Olea, y posteriormente en el Real Conservatorio de Música de Madrid, ciudad que lo vio nacer. Amplió estudios de dirección de orquesta en París y en Siena. Fue, durante décadas, compositor de multitud de bandas sonoras de películas españolas. Ejerció como profesor del Real conservatorio donde había estudiado desde 1980 hasta que se jubiló en 1994.  

Compaginó sus estudios musicales con los de fotografía y obtuvo una diplomatura en Óptica y Cámara en Roma, comenzando a trabajar como operador de cámara hasta llegar a ser director de fotografía en diversas películas. 

Durante más de dos décadas puso música a casi cincuenta películas de los más reconocidos directores del Nuevo Cine Español, como Jordi Grau, Manuel Summers, Miguel Picazo, Antonio Mercero, Mario Camus, Vicente Aranda, Sáenz de Heredia, Pedro Olea, Antonio Drove, Fernando Fernán Gómez o Luis García Berlanga. 

A lo largo de su vida recibió varios premios como músico, entre ellos el prestigioso Ciudad de Barcelona en 1958 por su Suite de cantos populares (impresiones de su estancia en las Hurdes) 

Fue director de fotografía de siete largometrajes y llegó a intervenir en su doble faceta de director de fotografía y compositor musical en dos películas, precisamente la que tuve la suerte de ver ayer,  Ninette y un señor de Murcia, de Fernando Fernán Gómez (1964) y Nous, de José Antonio Ramos Terrados (1981). Además de ello, realizó un centenar de cortometrajes y en muchos de ellos fue igualmente director de fotografía y compositor. Donde podemos disfrutar de su personalidad multifacética es en una veintena de cortometrajes sobre pintura, música y viajes en los que llegó a ostentar los roles de guionista, cámara, compositor y realizador. Con el corto Bajo Aragón (1969), por ejemplo, recibió el Premio Nacional de Turismo para películas de cortometraje.   

Nunca había yo puesto tanta atención consciente a la música de una película, pero iba decidida a tratar de absorber lo máximo posible de ese interesante personaje que había ido conociendo gracias a la admiración transmitida por su hijo. 

Cuando llegué a la filmoteca pensaba que la película sería una disculpa para el coloquio que vendría después y que dirigían mi amigo y la nieta de Fernando Fernán Gómez.

Para mi sorpresa la película me hizo disfrutar más de lo esperado y en ocasiones me reí a carcajadas, me pareció una mezcla estupenda de humor e inteligencia donde se suceden situaciones absurdas y jocosas, juegos de palabras en los que se vislumbraba una incipiente crítica a la situación política de la España de la dictadura en que no se permitía pensar diferente. En ese sentido contraponía hábilmente la figura del protagonista, hombre provinciano de derechas que llega a la capital francesa, vista desde la España franquista como el lugar del libertinaje y el desenfreno, y se encuentra a Ninette, hija de republicanos españoles, abanderada de la libertad con todas sus consecuencias. La acción transcurre casi exclusivamente, de modo algo claustrofóbico para el protagonista, dentro de un piso con escasas vistas al exterior, a la deseada ciudad de París. 

Después de un interesantísimo coloquio y de saludar a mi amigo, salí de “la filmo” y me fui dando un paseo por el iluminado y festivo Madrid navideño en el que no había un hueco libre, todo era gentío que respiraba alegría y ganas de celebración.

Me suelen deprimir parcialmente estas fechas porque veo multitudes felices y siempre las contradicciones de las grandes ciudades, algunos mendigos por la calle. Curiosamente ayer no vi ninguno, solo gente en ambiente festivo. Vi, eso sí, un colchón, en la puerta de un banco, pero estaba vacío y pensé que quizá también esa persona sin hogar se había ido de fiesta. ¡Ojalá! 

En el autobús de camino a casa iba con una sonrisa rememorando mi tarde y pasándome de nuevo la satisfactoria película, la real de Ninette y su prisionero murciano y la de mi imaginación sorprendida muy favorablemente por una película que había ido más allá de mis iniciales expectativas. El autobús se iba llenando hasta que estuvo hasta los topes. No recuerdo quién fue la primera persona que tuve sentada a mi lado, pero nunca olvidaré a la segunda. Era una chica joven, de unos veintitrés o veinticuatro años. Por el móvil hablaba con una amiga. Comenzó con un volumen normal pero poco a poco fue subiendo los decibelios hasta que el autobús entero escuchó su conversación: contó que habían tenido fiesta en el trabajo y llevaba siete horas sin apenas comer, pero bebiendo sin parar; contó que algún compañero del trabajo la había criticado y ella repetía con voz que arrastra borrachera frases donde había más tacos que palabras de otro tipo; repetía que todos están abssssolutamente equivocados conmigo y estoy hasta… Yo soy una persona absssolutamente liberal y admito todas las opiniones y tengo amigos de todos los colores pero estoy hasta…  Lo dijo tan a gritos y tantas veces pegada a mí que la gente del autobús me miraba con total compasión. No era tanto lo que les podía molestar ella misma, que también, como la lástima que les producía la tortura que me estaba produciendo. Una pareja joven de latinos me miraba y giraban la cabeza de izquierda a derecha subiendo las cejas; una pareja madura en el pasillo resoplaba; los del asiento de detrás se quejaban ostensiblemente. Todos cuchicheaban y la miraban mal.  Y ella seguía subiendo el volumen. Yo estaba leyendo la crítica de la película y no conseguía concentrarme, me puse a ver las noticias, parecía que en algún estado no dejaban presentarse a Donald Trump como candidato, pero era imposible centrarme, leía la noticia una y otra vez, nada. Mi mente estaba atrapada por los absssolutamente equivocados y absssolutamente liberal. 

Por fin la mujer del asiento delantero se volvió y le dijo: ¿puedes hablar más bajo? Nos aturdes. Entonces hubo una inopinada respuesta coral y al menos cinco voces se adhirieron a la queja, no tenemos porqué enterarnos de las intimidades que le cuentas a tu amiga; no nos importa nada lo que estás contando a gritos; Baja la voz guapa; ¿por qué no te callas un poco que nos tienes hartos? Solo se te oye a ti en todo el autobús, cállate de una vez.  Se disculpó y durante un minuto bajó la voz, pero de nuevo fue subiendo y subiendo paulatinamente. Supongo que sería una chica educada porque no fue agresiva, pero el alcohol la tenía demasiado excitada. Gracias al cielo llegó mi parada. Al salir, varios viajeros me hicieron gestos solidarios. Incluso uno me dio una palmadita. No podía creer la empatía que había provocado.

Bajé del autobús y de nuevo me reí casi tanto como en el cine. Me había tocado una Ninette del siglo XXI más liberal que la francesa de 1965, esta era absssolutamente liberal. Y me había tenido aprisionada en sus planes durante un buen rato. En unos largos minutos yo fui incapaz de pensar mis pensamientos, solo pude tener los suyos. Y la gente me compadecía tanto como a ratos yo compadecí al pobre señor de Murcia, atrapado sin poder salir de la pensión de París… pero al fin ya estaba fuera del autobús y era libre. Podía seguir pensando en ese polifacético hombre de cine, ese caso particular y único de nuestro cine, que fue Antonio Pérez Olea.