El Perro Paco

Grabado de la época representando al Perro Paco y al marqués de Bogaraya / Taxidermidades
photo_camera Grabado de la época representando al Perro Paco y al marqués de Bogaraya / Taxidermidades

En la España singular e inaudita han sucedido cosas que no hemos de olvidar y por esa razón hoy en eldiariodemadrid.es guardamos la memoria de aquel perro popular y madrileño que se llamaba Paco.

No fue un perro como los otros perros anónimos que siempre pulularon por la villa, porque su nombre ha trascendido al tiempo que ha colmado estos nuevos recuerdos que anotan los silencios de un antaño, en los que, seguramente, uno de los mayorales de Frascuelo - o quizá no tuvo dueño, no se sabe con certeza - supo desenvolverse en la nobleza de la raza perruna, con tan buen acierto y tal atino que hizo de Paco uno de los perros madrileños que han sido más famosos. Fue Paco el perro legendario que conoció el Madrid de finales del siglo XIX y vivió por sus calles de un modo prodigioso, porque nadie, en su tiempo, hubiese imaginado que el recuerdo de un perro de signo vagabundo, forjaría retazos de una historia.

He leído en las crónicas más viejas que algunas mañanas del verano solía pasear en solitario por los Jardines del Buen Retiro y que le gustaba recostarse encima de la hierba para descansar y ver pasar la vida desde su perspectiva inusitada, y que un poco más tarde, cuando el sol apretaba con exceso, se acercaba al Café Suizo o al Café Fornos - ambos a unos pocos metros de La Puerta del Sol - para saludar a algunos de sus amigos habituales, porque solían obsequiarle con un terrón de azúcar. Y que con un ladrido suave y muy prudente solía acercarse hasta la cocina de uno de esos establecimientos para que pudieran ofrecerle un cuenco con agua e incluso un almuerzo que tomaba gustoso y siempre agradecido. Después, como muchos madrileños no perrunos, se tomaba una siesta y un baño con los chorros del agua con que regaban las calles agostadas. Y que, cuando se hacía de noche, asistía impasible a las tertulias y acompañaba a sus mejores amigos hasta casa antes de regresar a las cercanías de aquellos dos cafés para dormir a lomos del sereno y si el día era frío o la noche lluviosa, se acercaba a descansar tranquilo a las cocheras del tranvía en la calle Fuencarral

El día 21 de junio de 1882 Paco saltó al ruedo en una becerrada que ofrecía el gremio de vinateros cuando toreaba el novillero José Rodríguez de Miguel al que llamaban Pepe el de Galápagos (lo habían apodado con ese apelativo porque tenía una taberna en la calle Hortaleza, enfrente de la Fuente de Galápagos). En una de las envestidas, agitado el lidiador porque Paco intervenía, ladraba y molestaba, le metió un “estocazo” y murió, pocos días después, a consecuencias de la herida. Una de las notas de prensa manifestó lo siguiente: 

El perro Paco ha fallecido víctima de las dolencias que le aquejaban. El disecador Sr. Severini se ha encargado de embalsamarlo y el cuerpo inanimado de Paco será expuesto en el establecimiento.

Después es probable que se venda en pública subasta y de paso a figurar en el museo de perros célebres que debe crearse.

Paco deja un vacío difícil de llenar como fundador de la clase de bohemios de la raza canina.

Acompañamos a sus admiradores en el justo dolor y pedimos un castigo para el asesino.

Paco era un perro bohemio y callejero que convivió y simpatizó en la noble villa. Había sido bautizado - dijeron las buenas lenguas - por el Marqués de Bogaraya - don Gonzalo de Saavedra y Cueto que fue alcalde de Madrid - el día en que en el Café Fornos le ofreció un hueso que aceptó de buen grado. Se dijo entonces que el nombre de Paco se debía a que el día del bautizo precisamente se celebraba la festividad de San Francisco de Asís. Las otras lenguas malas y menos fervorosas, afirmaban, sin embargo, que se le impuso ese nombre porque al marqués le recordaba mucho la cara de uno de sus peores enemigos. Fuese como fuese, el perro Paco se hizo famoso entre la clientela de esos dos cafés y algunos otros; y entre sus deambulares más bohemios se fue desenvolviendo en esta vida.

Fue tan famoso Paco, que dicen que el propio rey Alfonso XII le dedicó ese libro titulado Memorias autobiográficas de don Paco. También se sabe, porque ha quedado escrito, que el perro Paco no podía ver al general Prim: siempre que lo veía le ladraba. 

De todo esto deducimos que Paco se codeó con lo más granado de aquella sociedad, y que participó en altos y bajos fondos de aquel Madrid de entonces, que contó con amigos protectores que le invitaban a los toros e incluso a la zarzuela. Y que en los toros solía acudir al tendido 9 o al tendido 10, y también que si la faena no era de su agrado ladraba a los toreros sin ninguna consideración.

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